445 años de la ciudad de Córdoba

La ciudad de Córdoba es el lugar donde vivo, donde crecieron mis hijos y tengo mi casa, donde vivieron mis padres sus últimos años, el lugar de mi esposa —cordobesa hasta el tuétano— , donde crecí profesionalmente y otros etcéteras más. Hoy la ciudad, «Mi ciudad y mi patria»  —tal como lo dice el periodista Gonio Ferrari— cumple 445 años. No son pocos, y merecen mi homenaje. Han quedado atrás otros lugares; mi querida Mar del Plata, la ciudad de mi infancia, y Buenos Aires, la ‘capi’, donde pase mi juventud. Y en el tiempo que  pasó, más de treinta años viviendo en la ciudad,  ya me enoja, como a muchos cordobeses y provincianos, que los porteños hablen de la Argentina como si fueran sus dueños. También que, caminando por el mundo, los habitantes de otras latitudes confundan la mala fama de los porteños y/o bonarenses del gran Buenos Aires con la de todos los argentinos. No reniego de mis orígenes, son parte de mi existencia, están permanentemente en mis recuerdos, pero digo hoy que mis saberes y sentimientos adquiridos, buenos y malos, son de Córdoba y Buenos Aires en un curioso mix.

A continuación mi homenje a Córdoba, para ello he elegido las maravillosas palabras  de este peridista cordobés que expresa  lo que es el ser cordobés puro, oriundo de la «Docta», como le dicen a la ciudad de Córdoba. Espero que disfruten sus palabras como lo hace este ciudadano por adopción. Al leerlas observo una parte de mi.

Mi ciudad , mi patria

Por Gonio Ferrari

Los cordobeses crecemos amando a la Ciudad como es: anárquica y sensual; desordenada y doctoral.

Cordobés no es sólo ser cuartetero, haber vivido en El Abrojal, en Alberdi, en San Vicente o en Alta Córdoba, gustar del fernet, tomar mate con peperina, bañarse en las dudosas aguas del Suquía, saberse protagonista de la gesta de mayo del ’69, sentir orgullo por la Reforma Universitaria, haber conocido a la “Papa de Hortensia”, recordar andanzas por las Ponce, trasnochadas en “L’escargot”, incursiones por el 990, los corsos de San Vicente, las exposiciones en el Pabellón de las Industrias, la chetura de Los Pozos Verdes y el Parque Autóctono o los bailes en la pista “Teneme el chico”, en el Sargento Cabral o en La Toscana, haber leído Los Principios, Meridiano y el Córdoba y todavía leer La Voz.

Se me antoja que ser cordobés incluye también otras sensaciones, placeres y nostalgias dignas de ser atesoradas en la memoria.

Ser cordobés contiene en tan pocas letras –sólo 11– también el espanto de las crecidas de su río parcialmente urbanizado, de su tránsito caótico, de la impostada solemnidad de sus políticos, del folklore de sus colores deportivos, de los íconos ciudadanos que el tiempo aportan en recuerdos, del concierto de campanas en cualquier mediodía…

Ser cordobés supone la rebeldía mediterránea llevada a las nubes de su práctica, ejercicio y consecuencias como una especie de rito casi casi fundamentalista que forma parte esencial de nuestro ADN, que nos identifica con el placer cotidiano de sentirlo así.
Y, como en un rezo, me encanta hacer retumbar en mis oídos y en todos los rincones del alma esa especie de oración de amor, de entrega, de agradecimiento por sentirme genuinamente cordobés, en toda la enorme pureza de la condición de tal.

Porque desde que me acuerdo, y no son pocos años, lo digo desde el alma y con orgullo porque así lo siento: Argentina es mi país, pero Córdoba es mi patria.

Crecemos amando a la ciudad como es: anárquica y sensual; desordenada y doctoral: con humor de sobra para exportar y malhumor social para atender. Aquí en Córdoba anidan el orgullo de las raíces, la histórica arrogancia de sus luchas, la humildad mediterránea y, entre otras, las industrias del humor, del apodo y de los yuyos.

Y porque somos sus hijos, amamos a esta Córdoba magnética, romántica, mágica y soberbia, aunque la descuiden los que debieran mimarla y hermosearla. Amamos a la ciudad avasallante que ejerce idéntica atracción en sus hijos adoptivos, en los que la visitan para después quedarse y en los que se aquerencian con el pretexto de estudiar.

Córdoba tiene la protectora calidez de una mamá y asume también su condición de genuina madre sustituta.

Ciudad símbolo, ruidosa, altiva, insegura y sorprendente, quiero abrazar ese poco prolijo laberinto de tus barrios, los rumorosos bares de cada esquina, la estridencia de tus avenidas, los colores de tus clubes, el malo y caro transporte urbano, los candados de tus conventos, la pasión de tus políticos, la dañina insolencia de tu río cuando crece, la intemperie de tus villas, la sonoridad de tus campanas, el catálogo de tus baches, la penosa sorpresa de los cortes de luz, la casi permanente asamblea de los municipales, la fiestera pachorra de tu Justicia, la inimitable contundencia de tu tonada, la frescura de tus estudiantes, la protocolar etiqueta de tus doctores, la columna vertebral de tu Cañada, la mugre sabatina de tu invadida peatonal, la añosa certidumbre de tus templos, tu maravillosa lozanía en el otoño, el silencioso abrigo del invierno…

Quiero, más que nada, confesarte cuánto te amo.

Por la generosa hospitalidad de tu tierra. Por el linaje de esas cadenas que me ataron férreamente a tu historia, a tus días y a tu gente… en este cumpleaños, y aunque vayan muriéndose los siglos, ¡salud mi ciudad, Patria de siempre…!

Fuente: Diario:»La Voz del Interior», Córdoba, Viernes 6 de Julio del 2018

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