De barrios y redes, diferencias, más y menos.

Cuando chico y de joven después, hace años, me forme en la calle en plazas y espacios públicos. Jugábamos en él mismo lugar (la calle): gordos y flacos, hinchas de River o Boca, católicos o protestantes y de otras religiones, tanos, gallegos, árabes y judíos, ricos, de clase media y pobres, de padres radicales o peronistas. Para nuestra generación era común convivir con personas distintas. Claro esta que había diferencias, solía oír a alguna madre advertir: “no te juntes con esa gente” o peor aún: “no te juntes con esa chusma”. Pero conocíamos nuestros mas y menos, éramos  “gentuza» o “gente” alternativamente, dependiendo del bando en que estabas, sabíamos hasta dónde llegar sin ofender. Sí, conocíamos a todos los vecinos del barrio, la lista para festejar los cumpleaños era: “todos los chicos de la cuadra”. La solidaridad entre vecinos era común; se compartían los remedios ante la enfermedad, se agasajaba a los vecinos con un postre o con pan, o con frutos excedentes cuando llegaba la canasta de algún amigo del campo, y ante la necesidad éramos solidarios. Entre vecinos se pedía prestado la leche, el pan, el azúcar hasta poderla reponer; siempre había una madre olvidadiza al hacer las compras. Sabíamos que Carlitos jugaba mejor al fútbol y que mis notas de matemáticas eran mejores que las de él. Debo aclarar que la turca —mi madre— me hacía estudiar y no perdonaba. Al mismo tiempo, oíamos a la madre de Carlitos instar  a su hijo a ser mi amigo para que estudiara por contagio.

Parecía, en aquellos tiempos, que diosito había dado muy bien las cartas, había repartido bien ases y cuatro de copas.

Recuerdo ir a ver televisión a la casa del hijo del ingeniero. El Llanero Solitario, el indio Toro, el Zorro y los dibujos de Disney hacían nuestras delicias en la matinée de la tarde. El Philips blanco y negro de 20 pulgadas, de esquinas redondeadas, del departamento B del segundo piso era el único televisor del edificio. Y mientras mirábamos absortos su imagen, Doña María, la madre de nuestro anfitrión, nos servía café con leche y pan tostado con manteca y azúcar. Inolvidable.
Patios, calles y plazas eran los lugares comunes. Sabíamos de todos todo, de unos y otros, el boca a boca funcionaba, la radio pasillo a full, y podíamos entendernos. Podíamos rivalizar, ir a la cancha a tribunas distintas, y juntarnos para volver al barrio en colectivo. No faltaban las bromas pesadas al que había perdido hasta hacer doler, y luego juntar las monedas para compartir una Coca.

Pero quizás la vida, mas tarde o temprano, nos fue separando. Carlitos fue un gran jugador de fútbol y los vimos progresar económicamente y nosotros, profesionales algunos, seguimos por mucho tiempo usando el colectivo para ir a trabajar.

Así era la Argentina, permisiva, generosa, solidaria. Mirábamos y comprendíamos para adelante y para atrás.

¡Barrio!, ¡Barrio querido! de casa lindas y feas, mezcladas, bien mezcladas, era la casa grande donde vivíamos en comunidad.

Sin embargo, no me gustaría caer en decir: “Todo tiempo pasado fue mejor”. No era así, habían una escala de tonos entre blancos y negros, aunque recordamos solamente los blancos. Pero hoy todo cambió, supongo que empezó con el teléfono y la posibilidad del encuentro virtual. Desde ese momento, además de la familia, nuestros amigos son los que piensan y viven como nosotros, los que me avalan y ponen un “me gusta” en Facebook o un “corazoncito” en Instagram o Twitter. Ellos son mi tribu; los que tienen teléfono.

Hoy, los amigos del barrio no existen, no sabemos el nombre del vecino. A veces, si nos cruzamos con ellos, los saludamos con desdén: con suerte con un tibio alzar de manos, pero a no cruzar una palabra con ellos !Vade retro Satanás …! ¡Vivan los ghetos de ricos y pobres!

Las nuevas tecnología de diseminación de la información, desde la televisión a la televisión por cable, las redes propias del mundo de internet, la tecnología, cambió el equilibrio de las relaciones sociales y habilitan, con facilidad, que se formen grupos, tribus de intereses iguales, de maneras más nuevas, mas livianas y efímeras.

Somos muy propensos al tribalismo y a creer cualquier cosa que nos haga buenos y a los otros malos, y las redes sociales permiten crear cualquier calificativo sobre el adversario sin compromiso de verificación. Esto contribuye a crear insensibilidad y miedo hacia los otros.

Curiosamente, en la era de la comunicación y la información, no existen intercambio, lo posible es —entre comillas— coincidir con iguales. Un contrasentido, donde no hay un ida y vuelta, porque ambos seguimos en el mismo rumbo. En las redes ignoramos a los otros, a los distintos. La falta de intercambio es ley.

Complejidades de época, tiempo de pos verdad, globalización, la pregunta es: ¿Cómo nos ponemos de acuerdo indios de tribus diferentes que no compartimos nada, ni siquiera los métodos para ponerse de acuerdo o nos ignoramos?

¿Dónde estarán “la Biblia y el calefón” ? ¿Dónde estarán los cambalaches de Discépolo? Pregunto: ¿Ya no existen? la respuesta es: No. Todo no es igual a diferencia de la letra del tango.

No habrá que rescatar el valor de la diversidad, el ser diferentes. ¿No deberemos aumentar los espacios donde florescan las discrepancias sin agresión? ¿Cómo hacemos? Lo podemos solucionar por películas o la solución debe ser en vivo y en directo.

Soy amante de la tecnología, no podría vivir sin ella. Algunos podrán pensar que no soy el mismo José que conocieron en otros tiempos, y es verdad. Pero como en todo amor, además de la apoderación buscada, no debemos olvidar que ello viene acompañado de una pérdida. Será el pasar de los años una excusa para alivianar esta opinión. Sopesemos.

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