La Reforma Universitaria de 1918

La Reforma Universitaria producida en junio del año 1918 es un hito memorable en la enseñanza superior en toda Latinoamérica.

Sus principios fundamentales fueron:

  • Autonomía Universitaria
  • Co-gobierno estudiantil
  • Libertad de cátedra
  • Renovación de los cargo docentes por concurso
  • Renovación de las autoridades por elecciones
  • La investigación científica como función de la Universidad
  • La extensión universitaria con compromiso social

 

En otro artículo anterior he publicado el «Manifiesto Liminar»,  redactado por Deodoro Roca, como documento principal derivado de aquel movimiento estudiantil.

Este hecho se realizó en reacción a una Universidad basada en privilegios, monástica, retrógrada, anacrónica, elitista y conservadora de aquellos momentos.

 

La reforma Universitaria por Chumbi
La reforma Universitaria por Chumbi, imagen publicada por el diario : «La Voz del Interior», Córdoba, 8 de Junio de 1918.

 

Siguiendo la conmemoración, tratando de revitalizar los principios reformistas, algunos de ellos no cumplidos o al menos no re-significados para nuestra época, me complace agregar dos documentos que me parecen muy valiosos:

 

— El primero un artículo de la ex-rectora de la Universidad de Córdoba, doctora Carolina Scotto,  publicado en el diario «La Voz del Interior»que analiza insuperablemente el estado actual  del legado de la Reforma.

— El segundo es un pequeño video, realizado por mí, en base a las imágenes obtenidas del diario la «Voz del Interior» del día domingo 8 de junio, realizadas por el eximio dibujante Chumbi en base a hechos, diálogos, e imágenes de la época.

A continuación los documentos:

Un mito refundacional y un programa inconcluso

por Carolina Scotto

La Córdoba reformista reclama una reflexión crítica para no seguir siendo usada como un escudo verbal.

Desde su fundación y durante casi 200 años, la universidad colonial de Córdoba fue “confesional”. En un remoto territorio, lejos de la metrópoli, edificó una tradición ensimismada sobre sus raíces. En ese extenso período, apenas agregó los estudios de leyes a los primeros de Teología y Filosofía.

“Hasta dónde puede esto influir en el espíritu de un pueblo ocupado de estas ideas durante dos siglos no puede decirse; pero algo ha debido influir, porque… el habitante de Córdoba tiende los ojos en torno suyo y no ve el espacio… la ciudad es un claustro encerrado entre barrancas…

Córdoba no sabe que existe en la tierra otra cosa que Córdoba”. La ciudad con su universidad se había convertido en un “oído cerrado”; este era un pueblo “enclaustrado por la naturaleza, la educación y el arte”.
En 1845, la pluma impiadosa de Domingo F. Sarmiento describía así, en el Facundo, el primer “mito” universitario nacido en estas tierras: el de la “ciudad docta”.

Las primeras transformaciones importantes a ese modelo comenzaron con la consolidación del Estado, en la segunda mitad del siglo XIX. Apenas celebrado el primer Centenario, tras ese siglo inestable que fue también el del triunfo del puerto de Buenos Aires y de la “europeificación” (así caracterizó Sarmiento a ese proceso), las nuevas condiciones sociales generaron una gran oleada democratizadora, cuya expresión política fue el triunfo de Hipólito Yrigoyen en 1916.

La rebelión estudiantil de Córdoba, ocurrida dos años después, fue el reflejo de ese mismo proceso, la expresión avanzada de los sectores medios, incluidos los hijos de las primeras generaciones de inmigrantes, que pugnaban por una mayor representación política.

El movimiento, ideológicamente heterogéneo e incluso contradictorio, tuvo una orientación básicamente democratizadora. Por esa razón, la autonomía (junto al cogobierno) y el reclamo de una fuerte vinculación de la universidad con la sociedad, con una dimensión regional, son quizá los dos ejes principales que la Reforma legó al perfil distintivo de muchas universidades latinoamericanas.

Es obvio que el significado de cada una de esas banderas no es el mismo entonces que ahora: 100 años de transformaciones económicas, sociales y políticas fueron otorgándoles distintas dimensiones.

Se dice habitualmente que el programa de la Reforma nunca fue realizado del todo. Algunos gobiernos quebraron o cercenaron la autonomía interrumpiendo la democracia universitaria o desfinanciando las universidades. En otras ocasiones, el programa fue tensionado por el impacto inverso de políticas que empujaron al desarticulado sistema universitario a trabajar de manera más integrada entre sí y con la sociedad. Por su parte, el desarrollo científico, una preocupación secundaria de los reformistas pero crucial para la fortaleza de las universidades, dependió de decisiones que se tomaron por fuera de las universidades. Hoy sigue sin estar integrado plenamente a ellas, y además, como muchas veces antes, sometido al riesgo de las políticas de achicamiento.

Pero aquel proyecto también siguió inconcluso por causa de factores endógenos, por la inercia o por la conveniencia “autónoma” de los gobiernos universitarios. Así surgieron nuestras “paradojas reformistas”. Por ejemplo, el núcleo liberal profesionalista, que gobernó casi siempre las universidades públicas en estos 100 años, nunca entendió bien que era imprescindible ensamblar las profesiones con la investigación, básica y aplicada, “dura” y “blanda”, y con las disciplinas orientadas al desarrollo innovativo y a la transferencia

Siempre tuvo mucho sentido el reclamo político estudiantil de 1918 contra las “camarillas” de un poder universitario “olímpicamente” alejado de sus responsabilidades. Sólo que su consolidación como un nuevo actor político llevó a algunas organizaciones de estudiantes a sostener o a integrar aquellas camarillas.

Reflexión crítica: el mejor homenaje

Todos defendemos la autonomía. Sin embargo, las normas y las prácticas que nos hacen mediocres o injustos o ineficientes, según nuestra propia opinión universitaria, están más firmes que nuestra voluntad para transformarlas.

Algo parecido podría decirse de lo que hacemos con la extensión y con la vinculación con el medio, otra gran herencia reformista. Siempre declamada, pero casi siempre condenada al voluntarismo, a la improvisación y a la marginalidad. O, de manera más obscena todavía, al mero discurso oportunista.

Como sea, la Reforma fue convirtiéndose para nosotros en un poderoso “mito” refundacional. Y el mejor efecto de aquel mito, su ingrediente menos dogmático y más universitario, es alentarnos a repensar siempre y a transformar siempre la Universidad que tenemos la responsabilidad primaria de gobernar.

La Universidad actual es más compleja y heterogénea que la de 1918. Sin embargo, sigue siendo opaca para nosotros, como si estuviéramos en trance de pensar una deseada transfiguración pero sólo lográramos repetir sus mitos. Imaginemos que alguien, con lucidez y ánimo crítico, sin autocomplacencia localista, escribiera un contra-Facundo sobre la historia contemporánea de nuestras universidades. Alguien así sería una especie de “intelectual colectivo”, que se atrevería por fin a “llamar a las cosas por su nombre” con actitud más colectiva que intelectual.

En el capítulo dedicado a Córdoba, se leería un diagnóstico, no menos crudo aunque diferente del sarmientino, acerca de lo que supimos hacer y no hacer con nuestro segundo gran mito universitario. Dicho sea de paso, debería incluir unos párrafos acerca del combate entre aquellos dos mitos, el de la Córdoba docta y el de la Córdoba reformista, porque en universidades históricas como la nuestra todavía sigue abierto, aunque mucho más confinado.

Esa reflexión crítica, aunque no lo parezca, sería el mejor homenaje a la Reforma, porque nos permitiría mirar a uno de nuestros mejores mitos con los pies puestos en el camino de su realización y no como el escudo verbal que usamos una y otra vez para seguir mirando para otro lado.

 

Video sobre la Reforma