¿Será necesario barajar y repartir nuevamente las cartas del destino?

Hace unos días, Nino Ramella, un distinguido marplatense, figura destacada de la cultura y viajero incansable con el que tuve el placer de cruzarme en un recorrido, compartió una observación en respuesta a una de mis publicaciones en Facebook. Sus palabras resonaron en mi mente como un eco de verdades universales: 

«Somos supervivientes de un mundo que ya no existe. Eso es lo que somos».

Su comentario me llevó a una profunda reflexión y le estaré eternamente agradecido por ello, pues me impulsó a explorar las siguientes consideraciones.

Existe una discrepancia entre cómo suceden los acontecimientos y la interpretación que les damos. Nuestros juicios acerca de los eventos actuales, moldeados por nuestra experiencia y edad, a menudo están anclados en un pasado que ya no existe. Son construcciones propias de una época en la que forjamos nuestras vivencias y difieren considerablemente de la percepción que los jóvenes otorgan a los mismos hechos.

En palabras de Epicteto (c. 50 – c. 135 d.C.): 

«El error del anciano radica en intentar juzgar el presente a través del prisma del pasado».

De manera más contemporánea, René Descartes se expresó en un sentido similar: 

«Nuestra aprehensión del mundo no está determinada por lo que vemos, sino por nuestra capacidad de

describirlo y conceptualizarlo».

(Imagen: Rene Descartes:»No describimos el mundo que vemos. Vemos el mundo que podemos describir. «)

.

A partir de estas reflexiones, comprendo que mi interpretación de la realidad política resulta enigmática, arraigada como está en la cultura del siglo pasado. Para muchos de nosotros, incluyéndome, lo que acontece en la actualidad nos parece incomprensible y desconcertante.

Sin embargo, al considerar la perspectiva de los jóvenes hacia la misma realidad política y a los líderes a quienes brindan su apoyo, es evidente que adoptan criterios significativamente diferentes. Aquellos que aún fundamentan sus discursos políticos en ideas del pasado y ofrecen resultados insatisfactorios no encuentran eco en las preferencias de las generaciones más jóvenes, lo que confirma la afirmación de Ramella: 

«Somos supervivientes de un mundo que ya no existe».

Podemos concluir, entonces, que se está produciendo un cambio cultural, a menudo imperceptible, en el que los jóvenes aplican un filtro distinto a los mismos eventos y realidades. No obstante, es importante notar que subsisten invariantes que perduran desde tiempos inmemoriales.

En este nuevo contexto, marcado por cambios tecnológicos como Internet, las redes sociales y la inteligencia artificial, así como por sistemas de información y comunicación avanzados, nos encontramos con una globalización que ha alterado la naturaleza de nuestras interacciones. Además, los cambios geopolíticos, el cambio climático y el aumento exponencial de la población se entrelazan en un tejido global de incertidumbre.

La inmigración y la urbanización han transformado nuestras sociedades, mientras que la convivencia con la diversidad y la diferencia, ya sea en términos de género, raza, sexualidad u otras minorías, plantea desafíos y oportunidades que debemos abordar.

En este panorama complejo, las brechas de todo tipo, ya sean económicas, generacionales, de género o culturales, se hacen más evidentes y exigen respuestas concretas. La contemporaneidad parece a veces abrazar el narcisismo, mientras que el aumento desolador del individualismo amenaza con socavar los lazos que nos unen como sociedad.

Sin embargo, en medio de estos cambios y desafíos, perduran normas invariables que debemos preservar para construir una sociedad justa y equitativa:

—Fomentar la tolerancia hacia las religiones y creencias de los demás. Apoyar la diversidad de pensamiento y la libertad de expresión. Reconocer que cada persona tiene su propia historia y luchas.

—Recordar que las apariencias engañan; debemos mirar más allá del escenario y resistir las sirenas del engaño. 

—Demostrar solidaridad hacia los más vulnerables: los enfermos, los pobres y los ancianos. 

—Respetar la propiedad ajena. 

—Abogar por la conservación del medio ambiente y la tierra que compartimos. 

—Reconocer y denunciar la persistencia de formas modernas de esclavitud en nuestra sociedad. 

—Defender la libertad, pues aprender y educarnos no solo implica adquirir conocimientos, sino también preservar nuestra libertad; la ignorancia es una cadena que los poderosos pueden usar para esclavizarnos. 

—Valorar la justicia y la equidad como pilares fundamentales de una sociedad justa.

—Cuidar la economía y los bienes adquiridos de manera justa como parte fundamental de nuestra convivencia, aunque no sean lo más importante.

 —Valorar el trabajo duro y la educación como claves para el progreso. 

—No tolerar la corrupción, el robo y la mentira.

—Y, por último, pero no menos importante:

«No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti».

En esta encrucijada de cambios vertiginosos y desafíos inéditos, recordemos que las raíces de la humanidad son profundas y resistentes. Con respeto por nuestro pasado y valentía para abrazar el futuro, somos capaces de barajar y repartir las cartas de un nuevo juego, donde las reglas esenciales de la convivencia humana permanecen inmutables. En este juego de la vida, la decisión está en nuestras manos.

José María Ciampagna

…………………………….

Nota:

«Colaboración en la revisión y mejora del texto: Asistente AI de OpenAI.»

…………………………….

Deja un comentario