Les comparto las re-escritura de un viejo cuento que supe escribir.
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Las Mesetas de Kraparayán
Mi nombre es Pedro Holmes y les quiero relatar una historia: hace muchos años trabajaba de disc jockey en la ciudad de Buenos Aires en la boîte “Le moir”. La idea que me animaba, en sueños afiebrados de juventud, era ganarme unos mangos para solventar y estudiar la carrera de Derecho. Una elección poco afortunada que pronto abandoné; todos sabemos que las mieles de la noche no son buenas amigas de los estudios.
Pasado un año, con un inexplicable sentido del destino, elegí trabajar como ayudante de topografía en el campo. Quizás, otra fiebre más de juventud, pero cabe mencionar que esta vez la elección fue el final de mis estudios de Abogacía y el comienzo de mi carrera de Agrimensura, profesión que aún corre por mis sentidos.
Entre las bondades del trabajo de agrimensor hay una que es maravillosa; viajar y tener la oportunidad de conocer gente y lugares distintos. Y así fue que un día, en campos de la Provincia de Catamarca, haciendo una mensura rural, volviendo a caballo; un colega, un ayudante y yo nos vimos obligados a pasar la noche en un rancho cerca de nuestro trabajo. Por la tarde, habiendo terminado la tarea del día, había una niebla intensa que no nos permitía encontrar el camino de vuelta y estuvimos obligados a parar en ese lugar. Allí fue donde conocimos a Sir Alexander Gibbs, un geólogo, buscador de oro, un “sabio”, que había recalado accidentalmente en el lugar por el mismo motivo. Un trotamundos que nos contaba, entre otras sabrosas aventuras, que había estado en las Mesetas del Kraparayán donde habría conocido al “galiotardo”. Un mítico animal desconocido fuera de ese lugar. Entre comillas les comento a Uds. que he buscado en varios diccionarios y no figura en ninguno la mencionada palabra.
La humilde familia del rancho, como buenos paisanos de nuestra tierra, nos agasajó esa noche. Recuerdo que dejaron sus piezas para que durmiéramos y sacaron la mejor vajilla y un mantel blanco para atendernos. Comimos cordero a la parrilla acompañado por papas hervidas sazonadas con salvia, y luego de la cena, Alexander, como símbolo de agradecimiento a la hospitalidad de la casa y a nosotros que habíamos aportado el vino, nos invitó con una bebida extraña. Él mencionaba insistentemente que nos daría el secreto de la sabiduría. Luego de otros entremeses, y varias y diversas excusas, para no despreciarlo, decidimos probar el brebaje ofrecido. Contaba el extraño sujeto, que contenía ácido trimegístico traído de las mesetas de Kraparayán hasta que, fruto del cansancio y la abundante comida y bebida, caímos luego de tomarlo en un profundo sueño.
Fue una noche de pesadillas, soñé con extraños animales, uno de ellos el mencionado “galiotardo”. En sueños, luego repetidos, lo imaginé con cuerpo de cabra, y una cabeza —mezcla de gallo y lobo— con ojos rosados de gato.
Hoy, muchos años después de aquella noche, nunca supe si encontré el secreto de la sabiduría. Entiendo que es difícil hallarla y entendí, como aproximación, que es un válido camino disfrutar con alegría lo que uno hace y no con lo que uno desea. Comprendí también, que es provechoso estar atento al destino, y como tantos otros, con nombres distintos para designar lo mismo, seguir buscando y soñando con el “galiotardo”, el mítico animal de las Mesetas de Kraparayán.