Sobre la lectura

Los caminos de la vida que nos toca vivir no son siempre los elegidos. Más allá de los discursos de libertad, ella no es alcanzable sin algunos límites que debemos observar.  Es común que nos toque optar entre los desvíos que nos presenta el camino para sobrevivir. En muchos casos; la familia con su educación, posibilidades y costumbres; la escuela primaria y secundaria con sus preexistencias y contextos; los estudios universitarios con los ejemplos de sus profesores, sus decires y saberes, en el mejor de los casos, nos marca el rumbo a tomar. Y allá vamos; caminando y avanzando buscando nuestro propio norte.

Y es así, que aprendemos a leer y lo hacemos en; revistas, apuntes, diarios y llegan por fin los libros. En mi caso, abundantes en temas de Topografía, Geodesia, y ciencias de la tierra. Escasos libros de ficciones en el haber; quizás los recuerde por sus nombres porque son pocos, en un número mágico cercano a siete, como los días de la semana y con la misma facilidad para recordar: ‘Sobre héroes y tumbas’, ‘El túnel’, algunos cuentos de Cortázar,  ‘El nombre de la rosa’, ‘Tren nocturno a Lisboa’, ‘El lector’, ‘Doctor Jekyll y mister Hyde’  y algunos otros más.

Por otro lado, y no es tema menor, las épocas que nos han tocado vivir están llenas de competencia para leer historias; la radio, el cine, la televisión, el llamado ‘streaming’,  las lecturas digitales, las redes sociales y los multimedios ocupan con facilidad parte de nuestro escaso tiempo.

Pero el tiempo pasa, y con pena, un poco de nostalgia y culpa,  siento haber dejado caminos de tiempos juveniles y maduros propicios para la lectura. Ahora, ya en la vejez; con el filtro de la sabiduría que dan los años, se me presentan rutas firmes, sólidas, con mayor libertad de elección, para el acceso a los campos fértiles de los libros.

Y es así a mis manos llega: ‘El infinito en un junco’ de Irene Vallejos, una obra exquisita sobre los orígenes del libro que me lleva a la escritura de este artículo.

Una lectura exquisita, a las pruebas me remito; y a continuación les copio algunas frases seleccionadas que lo prueban:


Del epílogo

Los olvidados, los anónimos (pág.407)

Somos los únicos animales que fabulan, que ahuyentan la oscuridad con cuentos, que gracias a los relatos aprenden a convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hogueras con el aire de sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los extraños. 

Y cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños.

Al fin y al cabo, ¿qué es un cuento? Una secuencia de palabras. Un soplo. Una corriente de aire que sale de los pulmones, atraviesa la laringe, vibra en las cuerdas vocales y adquiere su forma definitiva cuando la lengua acaricia el paladar, los dientes o los labios. Parece imposible salvar algo tan frágil. Pero la humanidad desafió la soberanía absoluta de la destrucción al inventar la escritura.

Nota para la tribu del junco (pág.405)

Mientras permanece cerrado, un libro es solo una partitura muda con la letra y la música de una sinfonía posible. No hay historia, no hay página que palpite sin el roce de unos ojos ajenos. Para cobrar vida necesita intérpretes que hagan vibrar las cuerdas, que recorran febriles el pentagrama, que susurren los cantos con su propio acento, que modulen la melodía al compás de sus recuerdos.

Así, escribir supone también confiarse una misma a otras manos, miradas y voces.

IRENE VALLEJO, Agosto de 2020


Gracias, Irene Vallejos. 

Finalmente les transmito el mensaje que quiero decir y compartir con los más jóvenes, también a mis nietos y los nietos: 

“Cuando puedan, sin desviarse de su rumbo, observen los carteles de los desvíos del camino que llevan a la lectura. Respiren profundo, reflexionen, paren, siempre hay tiempo para leer un libro.”

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