Buenas tardes estimados amigos y lectores, les acompaño a continuación un texto construido a partir de mi experiencia y vivencias . El artículo explora cómo los seres humanos transitan una vida sin un camino preestablecido que lo podemos convertir en una construcción personal para nuestro bienestar.
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Caminar en la niebla del ruido
“Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, escribió Antonio Machado. Acaso no haya frase más precisa para describir nuestra existencia: no nacemos con un sendero trazado ni con un destino prefijado. En los primeros tramos del recorrido no elegimos: absorbemos. Aún no sabemos quiénes somos ni cuál es el sentido que dará forma a nuestra vida. Nos rodean preexistencias: nuestros padres, el entorno cultural, el espacio y el tiempo, la posición social, la historia de quienes nos preceden.
El condicionamiento inicial
Desde temprano, nuestra existencia está atravesada por una constante dualidad: luz y sombra, bien y mal, cuerpo y alma, razón y emoción, hombre y mujer. Y en lo social también: pertenecer o ser diferente, obedecer o cuestionar, izquierda o derecha. Vivimos rodeados de estímulos cambiantes y opciones impuestas. Una sociedad que nos empuja a consumir, a imitar, a seguir modas o ideales ajenos, muchas veces alejados de nuestras verdaderas aspiraciones.
La confusión del ruido
¿Cuántas veces elegimos verdaderamente lo que deseamos? La respuesta, con frecuencia, es: pocas. Lo que genuinamente nos complace suele estar oculto tras el ruido del entorno: los mandatos familiares, presiones culturales, propaganda, intereses económicos, tendencias efímeras y prestigios vacíos se interponen. Distinguir lo esencial en medio del bullicio es difícil. Nos desviamos, nos sentimos perdidos o vacíos, y terminamos conformándonos con ser uno más en la manada. Aturdidos, olvidamos parar, mirar, pensar y escuchar nuestra voz interior.
El despertar paulatino
La vida es transformación. Con el tiempo, las circunstancias cambian. Vamos eligiendo, a veces sin saber por qué, muchas veces por comodidad. Formar criterio es difícil; saber qué valores son permanentes, más aún. Contrastamos, erramos, volvemos a intentar. Y en ese proceso, lento y a veces doloroso, comenzamos a diferenciarnos. Intuimos qué cosas nos nutren de verdad, qué huellas nos acercan al bienestar.
Pero también puede suceder, y sucede, vivir largo tiempo en la confusión, repitiendo deseos ajenos, recorriendo caminos prestados. Nos cuesta salir de la huella, quitarnos las anteojeras. Cambiar es difícil; admitir errores, mucho más. Nos resistimos a salir de la caverna de Platón: las sombras se nos hacen carne. Hasta que un día —no importa cuándo— algo sucede. Un gesto, una pérdida, un encuentro, una palabra justa. Y entonces, vislumbramos el sentido buscado. No el impuesto, sino el propio.
Volver al centro
Ahí comienza el aprendizaje profundo: cuando tomamos conciencia de nuestras elecciones. Cuando nos preguntamos: ¿Esto que persigo es realmente mío o ajeno? ¿Me acerca a lo que necesito o me aleja? ¿Hay otras opciones posibles? Reconocer nuestras necesidades esenciales —como las que plantea Maslow: seguridad, afecto, autoestima, autorrealización— puede orientarnos para volver al centro.
No siempre lo que nos hace bien es lo vistoso, lo grandioso o lo aplaudido. A menudo, lo más sencillo y próximo, vivir con alegría los momentos cotidianos y disfrutar del camino, es lo verdadero.
Hallar sentido entre la niebla
Y en ese descubrimiento, aunque sea parcial, aparece la posibilidad de mejorar. Obtenemos atisbos de felicidad, que sabemos efímeros, pero que poco a poco nos acercan a un bienestar más continuo. Solo quien se atreve a caminar su propio sendero, a disfrutar del camino, incluso entre la niebla, comienza a encontrar sentido en esta vida sin sentido aparente.
Solo queda completar y adherir a la frase inicial de Machado, y cantar junto con Serrat:
Caminante, son tus huellas el camino y nada más;
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino sino estelas en la mar.
Tal vez no podamos despejar del todo la niebla, ni acallar por completo el ruido. Pero cada paso que damos con conciencia propia, cada decisión tomada desde nuestro interior es una pequeña victoria sobre la confusión. Caminar, incluso sin mapa, es un acto de valentía. Al final, uno camina como puede: a veces firme, a veces a los tumbos. No hay GPS que nos marque la ruta del alma. Y si al mirar atrás descubrimos que, a pesar de todo, fuimos fieles a nosotros mismos, entonces habremos encontrado un sentido. No el de los libros, ni el de las modas, sino el que late, silencioso, en el centro mismo de nuestra vida.
Y si un día, entre tanto ruido, logramos escuchar, aunque sea un murmullo que venga de adentro, podamos decir: “Bueno, hasta acá llegué. Estas huellas son mías.”
Aunque haya niebla. Aunque no haya aplausos. Aunque solo lo sepa uno.