Eran las seis de la tarde. Desde los amplios ventanales de la torre se divisaba el marrón plateado del Río de la Plata y en el fondo un hilo de tierra más oscuro; vestigio dudoso de la costa uruguaya. Cerró la computadora, se puso el saco, ajustó su corbata de seda italiana y salió. El hall del ascensor era un hervidero en los pisos más altos; en horarios pico se juntaba mucha gente. La secretaria del gerente de operaciones no estaba. Esperó unos minutos, dejó subir a otros, y no habiendo más excusas, cuando vino el segundo ascensor, subió.
En unos segundos más Santiago estaba en planta baja y cruzando Alcorta. El viento liberado en los espacios libres entre los altos edificios de la avenida y las sombras largas de la hora, le produjo frío. Levantó las solapas del saco y entrando a Marcelo T. de Alvear se sintió abrigado.
El pub irlandés en la esquina con Reconquista estaba repleto. El bullicio era insoportable pero encontró el ambiente buscado de fin de día. Hora feliz del dos por uno. Una, dos, tres cervezas negras y maní. Amenizó con un sándwich de jamón ahumado y pan negro con mostaza y pickles para amortiguar el efecto de la bebida. Ella no apareció, y siguieron las cervezas; una, dos, tres más, hasta terminar abrazado al hindú. Vishna era parte del pub “Kilkenny”. De dientes desparejos, lucía un saco bordó con botones muy juntos forrados de tela hasta el cuello. De barba oscura y turbante, hablaba con un inglés con acento extraño. De todas formas Santiago le entendía perfecto. Se contaba en los pasillos del pub que había venido como empleado de una misión comercial de una compañía, pero le gustó la Argentina. Consiguió trabajo de programador y decidió quedarse. No duró mucho la conversación, una hora después, ambos terminaron borrachos.
A la otra mañana se le partía la cabeza, fue al baño, tomó una ducha, se cambió y su instinto le reclamaba un café negro doble. Miró la agenda en él BlackBerry y a las diez figuraba una reunión con el gerente de su mejor cuenta. Cuando fue a la cocina, en busca del salvador brebaje, se encontró con Vishna. Unos huevos fritos chisporroteaban en el sartén con jamón crudo sustituto de la ausente panceta. El olor a café recién hecho se mezclaba con el olor a fritura. Santiago no entendía nada, solo atinó a aceptar el café ofrecido por su ocasional amigo. Miró su reloj y le dijo al hindú que tenía que dejar el departamento por la reunión y que él lo debía acompañar. El asintió, terminó de comer, lo hizo esperar unos minutos mientras terminó de vestirse y salieron juntos. Cuando estaban frente al taxi, Vishna lo comprometió a encontrarse nuevamente en el Kilkenny.
-Querido Santiago, quiero darte la respuesta que necesitas a tu pregunta de anoche- Dijo Vishna como despedida y agregó:
-Por favor, no faltes-
La reunión fue interminable, el dolor de cabeza no cesaba a pesar de la doble porción de aspirina. Al gerente se le había dado por cuestionar todo. Santiago tomaba nota de cada uno de los requerimientos, no contestaba nada, bajaba la cabeza y anotaba tratando de apaciguar a su interlocutor. La técnica funcionó y al mediodía zafó.
La tarde estaba agradable, cerró el blackout, corrió las cortinas, y oscureció la oficina. Advirtió a su secretaria que no lo molestaran. Dormitó unos veinte minutos en su sillón hasta que sonó el celular y despertó. Era su ex esposa recordándole que tenía que cuidar a Martina; su hija. Era martes y Analía tenía taller de literatura. Juntó sus cosas y concurrió a la cita.
Cuando entró al departamento, su ex estaba lista para irse, muy arreglada y llamativa, tenía las plumas de guerra puestas. Lo saludó con cordialidad fingida y le dio un beso urbano de despedida. Él se sintió extraño, incómodo, ausente, y sin solución, pero no dejó de mirarle el traste. Todavía sentía una fuerte atracción por ella. Cuando entró observó que la nena estaba en la pélela, con la cola al aire, agachada, con sus manos sobre una net-book. No tuvo oportunidad de decir nada y soló disfruto de la hermosa imagen de su hija. Martina era muy linda; de ojos claros, pelo rubio ondulado y los mismos ojos celestes de su ex que tanto lo enamoraron. La suave luz de la ventana cubría con un halo de ensueño a su nena.
Sólo atinó a decir:
– Marti, sos todo para mí, dame un beso.
La nena abandonó la net-book, lo abrazó, y el sintió el suave calor de Martina, el olor de perfume infantil y no pudo dejar de abrazarla. Jugaron y rieron juntos toda la tarde.
Cuando llegó Analía eran las ocho de la noche. El tiempo estaba cumplido. Ella no pudo callar, pero esta vez solo le reclamó a Santiago que recordara pagar las expensas. El asintió, refunfuñó, le dio un beso a Martina y dejó su antiguo departamento.
Flores quedaba lejos del centro y decidió tomar un taxi que tardó tiempo en encontrar.
-Marcelo T. de Alvear y Reconquista- por favor dijo Santiago al taxista.
El tráfico estaba amable, ligero, y en treinta minutos llegó a destino. Cuando entró al pub vio a Julia y se acercó.
-¿Hola, cómo estás Santiago?, hace mucho que no te veo- dijo ella.
-Cómo quieres verme si tu jefe te tiene secuestrada- Contestó Santiago, con un dejo de ironía.
-Es que tu cliente tiene al sector Operaciones totalmente ocupado- contestó con burla Julia. Y agregó: -Siéntate-
Consiguió una silla, se acomodó junto a ella y pidió una cerveza. De pronto, Vishna se acercó a la mesa, y Santiago se lo presentó a Julia y lo invitó a acompañarlos. Pasados unos minutos, Santiago se arrepintió, el hindú había tomado mucho, se puso pesado e insistía en que sabía la clave de la felicidad, que conocía la respuesta que ambos necesitaban contestar. Ellos cruzaron sus miradas, y aunque no lo admitían, querían oír la respuesta de Vishna. Medio en serio y medio en chiste, y tratando de sacárselo de encima le preguntaron cuanto valía el secreto.
-Unos cuantos dólares – respondió el hindú.
-Pero a Ustedes los quiero mucho y no les voy a cobrar- y les dijo en voz baja, tratando de que nadie lo pudiera oír:
-Dice un proverbio en mi país:
“A veces tienes que aceptar el hecho de que algunas personas han entrado en tu vida con una felicidad temporal”.
Se miraron, sonrieron, y solos salieron rumbo a Puerto Madero.
Julia no habló de nuevo de su ex pareja y Santiago había entendido por fin su relación con Analía.
Al otro día, en la mañana, el sol inundaba fuerte la oficina de Santiago cuando llegó. Él se acercó a la ventana y corrió aún más la cortina para permitir la entrada de luz.