No es casualidad

No es casualidad que hoy algunos de nosotros gocemos de cierto bienestar. Se lo debemos a la educación que nos dieron nuestros padres.

– Debes estudiar, José- recuerdo a mi madre decir en tono imperativo.

En mi caso, les paso a contar; mis padres eran de clase media baja o trabajadora, como decían antes. Mi padre laboraba en el rubro gastronómico; fue mozo y luego maître, apenas sabía escribir, y era descendiente de padre italiano y madre criolla. Y mi madre, descendiente de inmigrantes sirios, fue profesora de labores y trabajó un tiempo en la empresa Singer. Pero, siempre en mi vida consciente,  la recuerdo como ama de casa. Solamente, y para solventar algún gasto, vendía porcelanas como buena hija de árabe que llevaba el comercio en su sangre. Ellos, después de mucho pasar y  muy mayores de edad, pudieron comprar un departamento de dos ambientes. Fue la única fortuna que pudieron adquirir. El resto del tiempo siempre vivimos en departamentos de alquiler. Sin embargo, a pesar de su condición social, ellos apostaron a darme educación y  enseñarme los valores del trabajo como único modo de superación.

Lo que sucede es que en la Argentina que me crié y añoro, se soñaba con la idea expresada por la frase: «Mi hijo, el doctor». Se tenía fe en que la descendencia de gente humilde e inmigrantes podía acceder a mejores estratos sociales y condiciones de vida. Sólo se debía estudiar y trabajar y lo demás, era cuestión de tiempo.

Sí, en sus cabezas habían unas pocas ideas claras con las que me educaron:

  • No mentir. Dicho de otra forma cumplir con la palabra empeñada.
  • No robar
  • Sacrificarse. Trabajar para vivir era natural
  • Pensar en el otro, sobre todo si eran pobres. Ser solidario. Y pocas cosas más.

Así como ellos, estoy seguro, había muchos otros que tuvieron hijos profesionales y/o emprendedores -futuros industriales o comerciantes exitosos- que  pueden hoy gozar  de relativo bienestar.

Pero, parece ser, que nosotros nos confundimos. Inculcamos a nuestros hijos cuales son sus derechos y olvidamos enseñar las obligaciones. No supimos transmitir a nuestros hijos el sueño de nuestros padres y hemos perdido, a veces traicionado, los valores de nuestros antecesores.

En la Argentina de aquellos tiempos, no sin pocas dificultades y sacrificios, era posible el ascenso social. Los hijos podían progresar y superar la vida dura de sacrificio con la que vivían sus padres. Sí, lo afirmo definitivamente, es la Argentina que quiero. No es la Argentina oligárquica sin justicia social, ni tampoco la de las prebendas y saqueos.

Hoy es difícil, por no decir imposible, hacerlo. Nos invadió la vida fácil y el individualismo, no asumimos la educación que debemos dar como padres en el seno de la familia, vivimos quejándonos de la instrucción escolar a la cual, no apoyamos. La droga carcome las entrañas de nuestros hijos y los lleva a la violencia. El dinero es nuestro dios, en vez de ser una parte integrante del sistema de valores. No tenemos ejemplos a seguir, solo están flameando las banderas de drogones con dinero. El éxito consiste en ser famoso y banal. Seguimos exclusivamente el canto de las sirenas. En resumen; vivimos en desesperanza y sin rumbo para construir una Argentina mejor.

En la consideración de los magros resultados, creo profundamente que debemos interpelar, repensar nuestros valores y hacer. Volver a los principios básicos que guiaron a nuestros padres para lograr nuestro bienestar.

– Debes estudiar, debes trabajar, José-  Insistía mi madre.

Hoy solo es válido y serio prometer: «Sudor y lágrimas»,  si queremos superar nuestras  dificultades actuales y pretender una sociedad mejor. Lo demás es la política hipócrita del «todo vale», de no poner límites, del facilismo, de priorizar el ser amigo de los hijos mas que padres, a las que actualmente propendemos.

Por último,  a manera de resumen,  podemos expresar dos tendencias válidas: una primera basada en la enseñanza del  «deber ser» , propia de nuestros ancestros  localizada en el lado de las obligaciones y la segunda basada en «el ser, el disfrutar » localizada en el área de los derechos. Esta última, de ninguna manera desacertada y avalada por la percepción de la corta extensión de la vida. Sin embargo, en mi humilde sentir, no podemos solamente educar sin navegar entre un sano equilibrio entre las dos posiciones.

6 Comments

  1. Josè, ha logrado condensar en pocas lìneas un gran mensaje cuyo contenido debiera ser enseñanza diaria para nuestros jóvenes y «recordatorio» para nosotros -padres y abuelos- de cómo nos educaron para asì guiar, marcar rumbo a partir de esos valores sin confundirnos. Creo que en gran parte somos culpables de que los jóvenes no valoren lo que tienen, que no hayan experimentado el lograr cosas a travès del sacrificio/esfuerzo propio.
    Un fuerte abrazo.

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  2. Hola Omar:

    He tardado en responder tu comentario. Quizás, porque no tengo una respuesta clara para darte. Y sí, es cierto que hay injusticias en condiciones de poder distintas y las retribuciones en consecuencia suelen ser injustas.

    Pero, quiero comentarte que ningún empleador inteligente (no abundan, pero hay) se deja arrebatar un buen empleado por un tema de sueldo en una economía promisoria. «El recurso humano es el capital de nuestra empresa» decía Agostino Rocca (fundador del grupo Techint).

    También, quiero agregar, que trabajar en relación de dependencia no es la única opción. Nuestra profesión permite, no sin dificultades, ejercer la actividad independiente.

    Gracias por enriquecer nuestro blog con tu comentario.

    José C.

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  3. Totalmente de acuerdo, trabajar y educarse para lograr un bienestar, pero siempre en relación directa entre trabajo y ganancia. Cuando uno trabaja a lo máximo de su capacidad, debería ganar en relación a eso. Lo que no me gusta de este sistema en que vivimos es cuando se rompe la función.

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  4. muy calida tu referencia A LOS VALORES que reconoces como HERENCIA. Y LO COMPARTO.

    tambien hay muchos jovenes que eligen todos los dias esos valores a los que te referis, me parece un poco injusta la generalizacion. un abrazo profejose

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