Montado en Pegaso, Elotro había ganado

La ciudad había caído en manos de Egofonte. Las leyes eran  papeles de  bibliotecas que nadie leía y basura  de los juzgados  para justificar el poder del más fuerte. Después de  meses sin servicios,  la mugre desparramada en las calles llegaba a cerrar el tránsito. La violencia estaba a la orden del día; la droga corrompía todo. La ambición de los jefes del cartel  guiaban los acontecimientos. La gente escapaba. La ciudad era sinónimo de muerte. La vida valía centavos. No existían palabras ni cantos, solo el ruido de la metralla y la pestilencia de los cuerpos descompuestos. Muerta la imaginación, reinaba el hambre y la desolación. La inmundicia cubría todo. No había color, solo fantasmas escondidos detrás del humo negro.

Los ejércitos de Quimera habían perdido la guerra y los “nini” habían triunfado. Los senadores eméritos del consejo: Productus, Ecolugus, y Socius Pobreza habían dejado el diálogo y perdido sus batallas antagónicas. Tecnos, el hijo de Egofonte, los había superado en fuerzas y había cerrado el ágora. Tinelius, el dios de los “nini” había triunfado.

Del dolor de la ciudad una jauría de humanos escapaban  como mutantes sin rumbo y esperanza. El miedo los atravesaba, sus sucias manos temblaban,  eran bestias caminando por la ruta sesenta. El panorama se repetía en todos las salidas de la ciudad.

Sandor Esteco Gonzalez tenía  sus ojos claros clavados en los pies del caminante anterior. Sus tripas gritaban, hedía su olor y era uno más de la caravana. Sandra Bulkosky, amiga y otra víctima del mismo dolor, última de la larga fila, vio algo brillar en el suelo y se agacho a buscarlo. Levantó un objeto  de color azul. Cuando lo llevó a su boca para devorarlo—todo era válido  ante el hambre— oyó el sonido de  la voz del escarabajo que le hablaba. Incrédula, y con un gesto de desconfianza, lo acercó al oído y escuchó:

—El día se acabó y llega la noche. Descansa. Mañana, una vez más, saldrá el sol– le dijo.

Temerosa de que alguien lo advirtiera, guardó el escarabajo azul en su bolsillo, y siguió caminando. No pasó una hora cuando el líder de la manada ubicado al frente de la fila, se acostó. Como dóciles animales, todos lo siguieron.  Cuando Sandra vio que estaban todos los caminantes estaban dormidos, lo sacó del bolsillo y lo puso  en su mano. Lo acercó al oído despacio, se recostó y el escarabajo volvió a hablarle y dijo:

—Escucha las trompetas. De nuevo canta el cantor, ¡óyelo! Sigue a Elotro, el extranjero montado en Pegaso, y sueña con el amor.

Sandra, a poco de oírlo, se durmió de cansancio mientras azotaba un viento frío la carretera. En sueños vio como Elotro montado en Pegaso bajo del cielo, se acercó a ella y le susurró:

̶ Dulce Sandra: sigue soñando, la esperanza no muere. No debes abandonar la carrera por la vida, despierta a tu Dr. Jekyll y duerme a Mr. Hyde, descansa y sigue. Reflexiona, no hay porqués, la razón nos traiciona. Solo persigue a lo que te dicta  el corazón, mata las dudas de la mente y deja surgir naturalmente al amor.

Cuando despertó, los primeros rayos del sol calentaban los cuerpos. Sandra buscó el escarabajo y no lo encontró. Sobresaltada, instintivamente corrió sobre los cuerpos dormidos buscando a Sandor. Cuando lo encontró, unos metros adelante de donde estaba,  tropezó y cayó a su lado. El  despertó y sonrío.

Fue entonces que Sandra le dijo al oído:

—Sandor, salió el sol, las sombras están desapareciendo, levántate y tengamos confianza, sigamos juntos y charlemos.

—Ponte contenta, Yo también encontré al escarabajo y lo escuché —le respondió.

—Unidos es mejor, tenemos chance, confiemos. Estamos vivos y trabajemos hasta que la vida nos recompense—Sandra insistió.

Se levantaron, se abrazaron, y sintieron el calor del otro y se animaron a seguir. Cambiaron el rumbo y volvieron  a la ciudad. Un águila de triunfo, al andar,  los sobrevoló.

No tardaron mucho en llegar, a poco caminar entraron en la ciudad que parecía en calma. Distinta. Escucharon música en sus almas. Sintieron esperanza. A la salida de una escuela, en un kiosco, comieron algo y sonrieron con el estómago lleno. Encontraron a unos chiquillos cantando saliendo de la escuela, una madre amamantando, y una joven pareja tomados de la mano. Sandor los interrogó, les preguntó qué había pasado. Los jóvenes respondieron que los valores se habían recuperado. Que Elotro montado en Pegaso, había dado muerte a Egofonte.  La bestia de mil cabezas había muerto y gobernaban los senadores el ágora de nuevo. Había acuerdo entre ellos.

Y siguieron caminando hasta llegar a su casa. En el trayecto Sandor y Sandra cantaban:

“Suenan las trompetas, canta el cantor, sueña con el amor,

Escucha el otro y la esperanza nacerá.

La música seguirá sonando cada vez más fuerte

Aturde la mente.

La razón no me ha enseñado nada. Todo lo que yo sé me ha sido dado por el corazón [1].

Soñemos con el amor y brillará el sol.

Viva Elotro, y  eterno infierno para Egofonte”

 

 

[1] «La razón no me ha enseñado nada. Todo lo que yo sé me ha sido dado por el corazón.» Lo dijo el escritor ruso León Tolstoi (1828-1910).

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