¡Basta de enojos … !

A continuación, les acerco un cuento corto que escribí en estos días.

“¡ Basta de enojos…!”

—¡Estoy enojado …, sí enojado, molesto! ¡Qué difícil es llegar a un acuerdo, consensuar ideas y fijar un camino a seguir …! –le comentaba el Dr. Pedro Almodóvar de la Cruz a su atento interlocutor por los resultados de una reunión de trabajo que había mantenido esa mañana y agregaba, poniéndose a listar frases que reflejaran sus sentimientos:

  • Incomprensión
  • Halos de hipocresía
  • Falta de objetividad ante la realidad de los hechos
  • Luchas por poder 
  • Sobre actuación 
  • Poca apertura 
  • Mantenimiento del estatus quo, es decir: no hagan ola para sostener fidelidades convenientes e intereses personales
  • Sobre atribuciones
  • Cuotas de envidia
  • A veces: afloramiento de viejos rencores personales
  • Urgencias sobrevaloradas 
  • Prevalencia de las formas sobre el contenido
  • “Rosca”, esa cosa redonda y rolliza que, cerrándose, forma un círculo u óvalo, dejando en medio un espacio vacío
  • Apropiación de la verdad con criterios de edad, antigüedad del cargo, jerarquías, reglamentos inoperantes, y/o a referencias externas
  • Llamados a criterios de autoridad u opiniones de figurones supuestamente solventes (por ejemplo: gente de prestigio, legisladores o algún intelectual famoso)
  • Resoluciones externas de difícil aplicación para resolver problemas internos. Es como sí llamaramos al Papa para resolver problemas familiares que no conoce ni ha vivido. 

Además, y para terminar recuerdo a Schopenhauer cuando señala que, si algo caracteriza al ser humano, es la “oscuridad que se extiende sobre nuestro ser” cuyo sentimiento hacía exclamar a Lucrecio:

“En qué tinieblas de la vida,

en cuán grandes peligros se consume ese tiempo tan breve.”

Y luego, después de una larga pausa, el Dr. Pedro recobró la respiración y agregó: “Y me sobrevino el enojo, me subió la presión, se me hincharon los ojos. Y claro, vinieron las consecuencias de las estériles discusiones: agotamiento, cansancio, dolor de estómago y las ganas de dejar de participar, de abandonar cualquier emprendimiento en común.”

Cuando el doctor terminó la frase, se acercó la moza del bar, limpió la mesa y sirvió el humeante café con dos tabletas de chocolate, una para cada uno de los comensales. La mañana lucía hermosa, corría un aire fresco sin llegar al frío, el sol brillaba y calentaba suavemente. Los otoños son una maravilla en Córdoba. Daba ganas de disfrutar el día, detener el tiempo, estar al aire libre con frente a la cañada y saborear un buen café.

Alcides y Pedro eran exprofesores de la Facultad de Derecho de la Universidad. Pedro era abogado y se había doctorado. Desde estudiante aprendió a recitar largos textos de memoria y esa pericia lo consagró como estudiante de fuste. Parecía un loro, pero sin duda con sus discursos demostraba a los profesores que había estudiado. Alto, espigado, de ojos claros, de corbata al juego con trajes sobrios de color azul con imperceptibles rayas blancas, el pelo teñido, arreglado y bien peinado con raya al costado para evitar mostrar sus canas rebeldes. Nuestro Pedro imponía respeto con sus aires de doctor.  Por otro lado, Alcides, abogado, no había terminado su doctorado. Se había puesto en contra uno de los jurados y persistió con su parecer molestando al Dr. Salónica, una reconocida eminencia en Derecho, pero también una de aquellas personas que les resulta difícil dar marcha atrás cuando están equivocados. Alcides era bajo y regordete, de profundos ojos negros, morocho y sencillo para vestir a diferencia de Pedro. Usaba camisas a cuadros, siempre con el botón del cuello desprendido y le costaba usar corbatas. 

El martes, sin asistencia obligatoria –algunos trabajaban todavía–, si bien la mayoría eran jubilados, los ex compañeros de Abogacía de la UNC[1] se juntaban en el mismo bar a la misma hora. Era martes y nuestros dos personajes eran los que habían dado el presente ante tan sagrada costumbre.

Cuando terminó Pedro su largo relato, Alcides García de la Puente tomó la palabra y le dijo: 

“Imagino y pienso que es razonable que los otros hayan sentido el mismo enojo tuyo, pero con un destinatario distinto: Vos”.

–¿Por lo que veo alguna vez te pasó lo mismo y conoces el tema? Veo que no estás de acuerdo con mis palabras y además observó que indirectamente me echás la culpa. Pero, avancemos Alcides, dilucidemos el tema del enojo, avancemos– dijo Pedro subiendo el tono y su presión en forma inadvertida.

Y acudiendo a citas para afirmar sus reclamos, quizás para clarificar e imponer sus ideas o identificarse con alguna de ellas; Pedro busco y encontró las siguientes frases en su cuaderno que había anotado y leyó una por una:

De Herman Hesse:

Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría.

De Friedrich Nietzsche:

“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”

De Arthur Schopenhauer:

«Lo que más odia el rebaño es aquel que piensa de modo distinto; no es tanto la opinión en sí, sino la osadía de querer pensar por sí mismo, algo que ellos no saben hacer».

De Fernández Díaz:

“… ese apetito urgente de ciertas personas por adoptar una creencia y por refugiarse en ella ante la insoportable intemperie de la vida, mecanismo merced al cual determinados seres humanos caen gozosamente en sugestión, en una suspensión de la racionalidad, en una adicción a la simbología y en un alivio de pertenencia.”

Del sentimiento profundo sobre la incomprensión en palabras de Alejandra Pizarnik:

“Simplemente no soy de este mundo. Yo habito con frenesí la luna. No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva. No puedo pensar en cosas concretas; no me interesan. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras son extrañas y vienen de lejos, de donde no es, de los encuentros con nadie…”

Y volviendo de las citas, queriendo despertar a Alcides que en la tercera había entrado en soponcio –Pedro lo tuvo que tocar para reavivarlo–  dio su opinión con un discurso en tono subido,  probablemente memorizado de sus antiguas clases magistrales:

“Que difícil nos resulta escucharnos, comprender las historias que pesan sobre los otros, salir de nuestras máscaras, de burbujas y posiciones individuales. Tener respeto. Equilibrar. En definitiva: dejar posiciones y defender intereses y/o valores sin agresión. Que difícil es encontrar soluciones creativas a los problemas de valores e intereses y en el caso de los dilemas: encontrar el camino de menos dolor. Que difícil es salir de nuestra ignorancia y admitirlo, buscar ayuda en un mediador si fuera necesario, trabajar para encontrar un camino de salida cierta y sin futuras consecuencias. Que difícil es apostar al tiempo, sopesar las urgencias correctamente, la humildad y la paciencia para al logro de consensos que eviten heridas posteriores. Que difícil es reconocer que no somos tan importantes y menos, indispensables. Que difícil es separar la paja del trigo ante la facilidad de echar culpas a los otros. Y, por último, acudir a nuestro pensamiento, oír nuestros sentimientos, ser auténticos, ser asertivos, decir nuestra verdad, desechar las posiciones y honores que nos separan y discriminan, tener pensamiento crítico y evitar agresiones personales.

Tenemos que aprender que las racionalidades sobre un tema suelen ser divergentes y cuando son bien intencionadas, ambas son validas. No son una u otra, son verdades distintas. Cada una de ellas tiene una cuota a su favor en defensa de intereses y contextos diferentes. El tema radica en cómo combinarlas y que terminen siendo complementarias.”

Alcides, perplejo de las alturas intelectuales de Pedro, no queriendo ser menos, se enderezó, acomodó su cuerpo y dijo con vos trémula:

Dice Rubén Martínez Nogueira:

Que nos guíe la empatía,
que el susto no nos maneje.
Que el mal gusto no nos deje
juzgándonos todo el día.
Rescatemos la alegría
para hablar lo que hay que hablar,
prevenir, curar, cuidar,
separar verdad y mito
y buscarse un lugarcito
para abrazarse y bailar.

–Si fuera tan fácil– le contestó Pedro.

–No lo es, pero es indispensable para progresar en emprendimientos comunes –agregó Alcides a lo que Pedro respondió enojado y despidiéndose: “Veo que es inútil hablar con vos”.

Luego de la partida del insigne doctor De la Cruz, el abogado García de la Puente siguió tomando su café. Tomo su agua y sumo otro trago del vaso lleno que había dejado Pedro, respiró profundo y unos momentos después se comió los dos bocadillos de chocolate. Sin duda estaba disfrutando la hermosa mañana que la Córdoba otoñal le presentaba y el olvido del pasado y el futuro momentáneo que le proponía ese instante.


[1]  UNC abreviatura de Universidad Nacional de Córdoba 

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