En una conversación sobre tecnología y progresos con el Profesor Víctor Hansjürgen Haar, él exponía un concepto que ha guiado en numerosas ocasiones mis decisiones y acciones: «En un pueblo chico, sin tráfico, no pongas semáforos, deja el tránsito crecer». Pienso que su metáfora fue inteligente. Si una tecnología es nueva, debemos dejarla evolucionar hasta que veamos su trascendencia antes de ponerle trabas con regulaciones.
Por otro lado, en estos días he leído una cita en Facebook atribuida a Ray Bradbury en la que se mencionaba lo siguiente:
Decía mi abuelo: “cuando mueras, todos debemos dejar algo detrás”. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada, un par de zapatos o un jardín. Algo que tu mano pueda tocar de un modo especial, de modo que tu alma tenga un sitio donde ir, de manera que cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí.
No importa lo que hagas —decía—, en tanto que cambies algo respecto a cómo era antes de tu intervención, convirtiéndolo en algo que sea como tú y que después de que separes tus manos de tu obra, sigas presente.
La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto.
“El cortador de césped igual podría no haber estado allí. El jardinero estará allí para siempre”.
Las dos ideas, junto con mi trayectoria en las implementaciones de nuevas tecnologías, me brindó la oportunidad de apreciar que tras las regulaciones no siempre hay buenas voluntades de orden ético o constructiva. Sí, por el contrario, existen cuestiones de poder que no se desean eliminar.
En este momento del discurso, les comentaré que las citas realizadas han sido la razón para escribir el cuento que les acompaño a continuación.
Gracias Ray Bradbury y al profesor Haar por la inspiración.
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