La inteligencia artificial no es neutral
Este texto retoma ideas elaboradas originalmente en noviembre de 2016 (La tecnología no es neutral), cuando los avances tecnológicos —como los drones, el GPS o los sistemas de información geográfica— desafiaban profundamente nuestra profesión de agrimensor. Hoy, desde otro lugar de trabajo y reflexión, aquellas preguntas no solo siguen vigentes, sino que se intensifican frente al avance de la inteligencia artificial.
Siempre existió en mi inventario de preocupaciones el papel de la tecnología en mi vida y en la sociedad. Sin dudar, soy amante de los avances tecnológicos, pero …, pero … Me quedaba la pregunta: ¿La incorporación de la tecnología es siempre positiva, es el camino correcto para tomar?
Hace mucho tiempo atrás, para encarar el problema, buscaba una palabra que expresara con precisión lo que siento ante la irrupción de ciertas tecnologías. ahora con la IA especialmente aquellas que tocan lo humano: escribir, hablar, pensar. Probé con varias: “aséptica”, “inocua”, “imparcial”, “inocente”, “indiferente”, “inofensiva”. Pero ninguna me resultaba convincente.
Finalmente, encontré una: neutral. Y con ella, una frase que hoy se vuelve indispensable repetir:
“La inteligencia artificial no es neutral”
La IA no es neutral. Cambia nuestra forma de pensar, de escribir, de crear, de conversar. Afecta directamente las prácticas que los escritores, docentes, comunicadores y lectores veníamos desarrollando. Sin embargo, sobre todo, abre nuevas posibilidades y, con ellas, nuevos dilemas. Pero no se trata solo de lo que la tecnología puede hacer, sino de lo que nos hace a nosotros.
Un marco para pensar: las leyes de Kranzberg
Hace un tiempo, en busca de claridad, me topé con las llamadas Seis leyes de la tecnología formuladas por Melvin Kranzberg, historiador de la tecnología. Su primera ley es tan precisa como inquietante:
“La tecnología no es ni buena ni mala; pero tampoco es neutral.”
La IA, como toda tecnología, no puede evaluarse en abstracto. Sus efectos dependen del contexto, del uso, de quiénes la desarrollan y de cómo se implementa. No es un oráculo. No es un enemigo. Pero tampoco es una herramienta pasiva.
Kranzberg propone una imagen lúcida: la tecnología es como una puerta abierta. Nadie nos obliga a cruzarla; sin embargo, esa puerta está ahí, tentadora. Y una vez dentro, no siempre hay vuelta atrás. Además, no fuimos nosotros quienes construyeron esa puerta ni ese pasillo que comienza tras cruzarla.
Entre determinismo y elección
¿La tecnología nos determina o somos libres de decidir cómo usarla? Tal vez ambas cosas. La IA puede ayudarnos a escribir mejor, a investigar con más eficiencia, a democratizar el acceso al conocimiento. Pero también puede homogeneizar nuestros textos, automatizar decisiones sin transparencia, debilitar nuestra autonomía.
Ya no se trata solo de redactar más rápido o sin errores. Lo que está en juego es el proceso mismo de la creación. La relación con el lenguaje, la construcción del pensamiento, la búsqueda del estilo propio. Como escritores, necesitamos preguntarnos: ¿Qué tipo de inteligencia estamos cultivando cuando nos apoyamos demasiado en la artificial?
Un instrumento sin músico no suena
Kranzberg lo ilustra con una anécdota: una señora le dice al violinista Fritz Kreisler “su violín hace una música hermosa”. Él lo acerca a su oído y responde: “no escucho nada”. El violín sin músico es mudo. Y el músico, sin instrumento, limitado. Lo mismo ocurre con la IA: no genera sentido por sí sola. Pero sin ella, quizás no podamos alcanzar ciertos niveles de análisis o producción.
Condiciones para una difusión significativa
Para que una tecnología se adopte de forma exitosa, Everett Rogers plantea una serie de condiciones fundamentales que también nos sirven para entender el fenómeno de la IA:
— Debe percibirse una ventaja o beneficio claro.
— Debe ser fácil de usar, o al menos parecerlo.
— Debe poder observarse y probarse con facilidad.
— Debe tener un precio razonable en relación con lo que promete.
— Debe requerir un cambio de comportamiento no demasiado radical.
— Debe ofrecer un retorno tangible, aunque no siempre inmediato.
Si aplicamos estos criterios a la IA, vemos por qué se ha difundido tan rápidamente, especialmente en el campo de la escritura, la educación, la creación de contenidos. Pero también entendemos que su adopción acrítica o ingenua puede conducir a formas de dependencia, superficialidad o estandarización del pensamiento.
Para cerrar
La inteligencia artificial no es neutral. No lo fue el arado, ni la imprenta, ni el motor a vapor, ni el teléfono celular. Pero la IA, por tocar directamente nuestras capacidades cognitivas y expresivas, nos interpela de un modo particular: nos ayuda a escribir y a pensar, pero también nos modifica mientras lo hace.
.¿Estamos preparados para asumir esa transformación sin ceder lo más valioso de nuestra humanidad?
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