Esta mañana, jueves 4 de septiembre del 2014, en la página editorial del Diario «La Voz del Interior», encuentro un artículo que a través de su lectura me permiten pensar que en Argentina no todo está perdido en cuanto desarrollo económico, político y social. Al contrario, están soplando vientos de esperanza.
Carlos Lucca, ingeniero civil, profesor de la UNC, a quién tengo el gusto de conocer, es su autor.
Una maravilla tu escrito estimado Carlos, me siento orgulloso de encontrarte de nuevo leyendo el diario matutino.
Gracias por mostrarnos el camino de la superación.
A continuación para los seguidores del blog, su transcripción:
La Construcción Social Requiere Lógica Positiva
Prof. Ing. Carlos María Lucca
Magister en Planeamiento Urbano y Regional (University of Pittsburgh) / Magister en Administración Pública (UNC)
Es un lugar común pensar (y decir) que Argentina es un país rico en recursos naturales. Abundan ejemplos para poner este hecho en evidencia. Desde niños, oímos referencias a la notable extensión territorial de nuestro país, la variedad de climas con los que cuenta, la fertilidad de su suelo y los asombrosos atractivos turísticos, entre los muchos y diversos comentarios que estamos acostumbrados a escuchar.
Sin embargo, paradójicamente, tamaña dotación de recursos no parece haber sido suficiente para permitirnos a lo largo de los años, mejorar de manera sostenida y evidente el bienestar material de nuestra población.
El desarrollo económico, político y social constituye un verdadero desafío para todas las sociedades y en el caso de Argentina, adquiere un carácter particular (y urgente) dado los importantes niveles de pobreza y marginación social que se registran en nuestro país.
Es cierto que promover el desarrollo no es una tarea sencilla, inclusive en países como Argentina que como se señaló, cuenta con una importante dotación de recursos naturales y en donde no se registran conflictos étnicos o religiosos significativos. Sin embargo, las claves del desarrollo parecen muchas veces elusivas.
A lo largo de estos últimos sesenta años (desde fines de los años ’40 hasta la fecha), se ha generado un consenso creciente en ámbitos académicos y políticos a nivel mundial, acerca de que la promoción del desarrollo no solo se basa en la generación de crecimiento económico, ni tampoco solamente en el acceso por parte de la población a un conjunto de bienes materiales (como vivienda y vestimenta adecuadas), que aunque necesarios y fundamentales, no garantizan plenamente la expansión de la libertades con las que cuentan los individuos, ni tampoco el fortalecimiento de sus capacidades para vivir el tipo de vida que cada uno valora, que constituye el fin último del desarrollo humano, como señala el Premio Nobel de Economía Amartya Sen.
Los factores que facilitan o dificultan los procesos de desarrollo son múltiples y variados, y no hay en esta columna suficiente espacio para exponerlos correctamente. Sin embargo, es posible señalar que en todos los casos, el desarrollo humano tiene lugar cuando los actores políticos, económicos y sociales, cuentan con la voluntad y la capacidad para poner en marcha relaciones y vínculos de carácter cooperativo, en las cuales las tensiones y los conflictos que inevitablemente hay entre los mismos (debido a la diferencia de intereses y perspectivas que dichos actores tienen) encuentra vías de canalización a partir de la comprensión de que es posible construir formas de articulación en las cuales todos pueden ser ganadores. Esto es lo que se define como juegos cooperativos (o juegos de suma positiva), en contraposición a los denominados juegos de suma cero, en los cuales los actores asumen que solamente es posible mejorar su situación relativa si su éxito se basa en el fracaso y la derrota de otros. Descubrir el secreto de los juegos de suma positiva es una de las claves del desarrollo.
Esto, como señala Douglas North (también Premio Nobel de Economía), es posible cuando el modelo mental de los distintos actores es proclive a entender que la profundización de los conflictos y los enfrentamientos (a partir de una exacerbación de los intereses individuales y/o sectoriales) solo conduce a situaciones en las cuales se bloquean las capacidades que cada uno tiene y se desaprovechan las oportunidades que brinda el contexto, inhibiendo las posibilidades para abordar y resolver colectivamente los problemas que aquejan a distintos grupos sociales, y como consecuencia de ello, deteriorando aún más la situación de quienes se encuentran marginados económica y socialmente.
Muchos de los conflictos que se registran en nuestro país, como la instalación de la fábrica Monsanto en la localidad de Malvinas Argentinas, las disputas por la producción minera o la implementación del nuevo sistema de transporte en la Ciudad de Córdoba, entre otros, podrían ser abordados de una manera positiva para el conjunto de la sociedad, si los actores vinculados a los mismos percibieran la inevitable parcialidad de sus perspectivas, y la necesidad de trabajar para identificar aquellas cuestiones que permitirían alcanzar resultados que podríamos denominar de suma positiva.
En definitiva, el desafío (para todos) es descubrir y cultivar una perspectiva diferente que nos permita salir del callejón sin salida al que nos conduce la lógica de la profundización de los conflictos, para sustituirla por una lógica en la que, reconociendo la existencias de intereses distintos y contrapuestos, percibamos los beneficios que tiene identificar y fortalecer aquellos aspectos sobre los cuales es posible establecer acuerdos. De esto se trata la promoción del desarrollo humano.