Caminando por las calles de Córdoba se presentó la frase título de este artículo (post). Trataré de explicar su significado.
De jóvenes sucede que tenemos problemas para elegir una carrera. Algunos no tenemos una vocación claramente definida. Por ejemplo; en mi caso comencé a pensar en medicina, luego hice un año de abogacía y terminé recibiéndome de agrimensor.
Luego, recibido de agrimensor, decidí profundizar mis estudios y continuar con geodesia y geofísica. Satisfactoriamente, puedo decir hoy que no me equivoqué; tengo pasión por mi profesión.
¿Como fue que las circunstancias me llevaron a tal decisión?. A continuación el relato.
Les comento que estudiando abogacía me vi obligado a trabajar para solventar mis estudios. En esos tiempos conseguí trabajo de disc-jockey, es decir: pasaba discos en fiestas y boliches nocturnos. Es fácil de imaginar que no avanzaba en mis estudios. La vida nocturna no es recomendable para adquirir esos hábitos.
Dada esta situación y el reclamo de mis padres, busqué otro trabajo y encontré un requerimiento de operadores de campo del Instituto Geográfico Militar (hoy Nacional – IGN). Tenían veinte vacantes a cubrir y al examen de admisión se presentaron muy pocos (no más de cinco). Claro está que entramos todos y recuerdo que un capitán del ejército nos ayudo a pasar (literalmente nos hizo) el examen. En teoría, seguiría estudiando en la tranquilidad del campo.
Y así terminé en Ceres, en la provincia de Santa Fe, haciendo reconocimiento de triangulación de primer orden a cargo del Sr. Faciano, un catamarqueño que era el jefe de la comisión. Transcurría la década de los sesenta.
En las afueras de Ceres, dónde estaba el campamento, me enseñaron a usar por primera vez un teodolito. Un Wild T1 de 6 segundos. Demás está decir que Faciano y mis compañeros —recuerdo los apellidos de los sargentos Serbluk y Carrizo, y el Sr. Farías— sufrían y también se divertían de mis inexperiencias. Imaginen a un porteño de calle Cabildo al 100, recién recibido de bachiller, único hijo, trabajando en el campo del norte de Santa Fe cercano al Chaco. Era tan extraño como un hombre en la luna. Bueno, y de mi carrera de abogacía ustedes se preguntarán. Mi respuesta es: «muy bien, gracias».
Lo que sucedió que me enamoré de esa vida de aventuras. Sufría el calor y los mosquitos, la vida en carpa, la tierra y otros etcéteras pero; los viajes en camioneta, las reuniones y charlas de las noches, la sensación de hacer algo útil, todo era importante y novedad para mi mente febril de juventud. Ni hablar de las debilidades propias de la edad ante algunas polleras, gringas y morenas, del Norte de Santa Fe. Disfruté también de la libertad y la independencia de trabajar, de tener mi dinero y hacer mi vida.
Fue así que pasaron unos cuantos meses y el Sr. Faciano de a poco se fue convirtiendo en mi segundo padre. En ese role, luego de algunos problemas, tuvo la bondad -—siempre estaré eternamente agradecido— de explicar que la vida de gitanos es linda, pero tiene el límite de la juventud. Luego, explicó, vendrían la esposa y los hijos y no es grato estar fuera de la casa. Me recomendó que estudiara, me dijo que si tenía la oportunidad de hacerlo, que lo haga.
—No sea tonto muchacho, siga estudiando— me decía con su voz acentuada de catamarqueño.
También,en otro momento el Sr. Luis Alfonsín y el ingeniero Saúl Berendorff , otros jefes venerables que tuve en el IGN, hicieron lo suyo. Y así fue que empecé a averiguar y me anoté en Agrimensura en la Universidad de Morón.
La pregunta es: ¿Tuve vocación clara de ser agrimensor? —No, no fue así— mentiría. Lo que estoy seguro que sufrí y viví la agrimensura, y lo que cuesta vale. Tuve la oportunidad de conocer gente que amaba lo que hacía, que también sufría con su labor y terminó amándola.
Entiendo que hay gente que trabaja, que sufre con levantarse y aguantar las cabronadas de su jefe en el día a día. Que vive un sin número de promesas incumplidas, bajos salarios y demás yerbas. Yo también las sufrí, pero son pruebas, escollos que todos tenemos en cualquier camino que sigamos.
Pero lo importante es continuar, insistir, averiguar los «¿Por qué?». Darle sentido a nuestra actividad, re-significar lo que hacemos y seguir.
Y luego, luego viene la pasión, y «El trabajo que es pasión; no es trabajo».
Hoy digo:
«Gracias a la vida que me ha dado tanto»
(parafraseando a Violeta Parra)
Invito, también, a otros colegas que nos cuenten sus historias.
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