Esta mañana me encontré con un amigo que lamentaba haber bajado el número de alumnos en un curso porque ahora tenía costo. Claro está que, para un profesor comprometido como él, el hecho era doloroso. La situación generó en mí el recuerdo de una anécdota que me tocó vivir y que le conté tratando de alentarlo y ahora relato para ustedes:
Hace muchos años, muchos por cierto, manteníamos una amistad sincera con un ex-compañero del colegio secundario. A los dos nos gustaba el arte. El se dedicaba a la pintura al óleo y pastel como profesión y yo comenzaba con mi afición a la fotografía. Artista reconocido, había expuesto sus cuadros en varias exposiciones y galerías con éxito. Yo admiraba sus cuadros, y hablábamos de artes visuales e intercambiamos pareceres. Pero sería injusto no mencionar una situación que enturbiaba nuestra relación; en mi interior deseaba tener una de sus obras y me parecía difícil comprender que, siendo tan amigos, no tuviera la deferencia de obsequiarme uno de sus trabajos.
Seguimos con nuestra amistad cultivándola con reuniones y salidas por mucho tiempo. Cada vez que veía sus cuadros deseaba tener uno. Después de varios intentos y señales infructuosas, no habiendo otro camino posible para tener una de sus obras, decidí comprarle una.
Recuerdo el día que revisamos los precios y tamaños. Me mostró las distintas facetas y evolución de su pintura —épocas— y al fin decidí por el cuadro de una bailarina en pastel. Bello trabajo, por cierto, que ocupa un lugar distinguido en el living de mi casa.
Hasta aquí, todo bien y normal, sin embargo luego de cerrar la operación, Néstor, así se llamaba mi compañero de secundaria, eligió otra de las obras y me la regaló.
Con el tiempo me gustó más la obra regalada que la comprada. El cuadro era también de una bailarina pero en una situación dinámica mucho más lograda que la que yo había elegido.
Él me hizo el regalo a partir de que yo aprecié su obra. Claro que no se conformó con mi halago fácil de amigo, lo hizo cuando probó con certeza que valoraba su obra de verdad pagando un costo.
Y ahora saquemos una conclusión; lo que cuesta vale, la gratuidad no sirve. Muchas veces no se valoran las cosas a pesar del buen gesto. Mi amigo conocía el valor verdadero de las cosas.