Hace muchos años, tantos que no recuerdo dónde, cuándo ni quién me lo dijo, me contaron una historia sobre un río caudaloso ahora seco. El relator contaba que sólo había quedado un pequeño hilo de agua en su cauce. La falta de lluvia en al cuenca de aporte fue la causa que provocó la sequía. Era propio de los ríos de régimen estacionario; su ciclo de vida era de lluvias y crecidas en verano y estío en invierno, pero en este tiempo no había llovido por años en esos lugares. Cuando su nivel era caudaloso su torrente se llevaba el mundo por delante, regaba los campos, florecían los sauces y todos brebaban de él. En épocas de invierno, pocos apreciaban las hermosas rocas del fondo, afloraban las piedras, los remansos, y las suaves formas; un llamativo paisaje que contaba las historias de su formación y de su ser. Pero, pero… , en épocas de seca nadie, nadie se acordaba de él.
Los lugareños lo llamaban: “El río de la Vida”.