Hace muchos años “Juan Sinnombre” me contaba que «el sentido de la vida de una persona era ser diferente. Cada uno de nosotros lo somos. Una única y diferente instancia del género humano y es la razón por la cual debemos preservar nuestra vida». En ese momento, no comprendía porque Juan decía lo que decía. A decir verdad, ahora tampoco comprendo lo que me quería decir, pero al menos hoy puedo dar algunos indicios, ofrecerles algunos pensamientos que pueden ser útiles para mejorar, perfeccionar, y entender aquellas palabras.
Puedo decir que no sé si somos tan diferentes unos de otros. Aquí sostengo, que la muerte y las necesidades básicas de nuestro cuerpo nos hacen iguales. Pero también digo que cada uno de nosotros tiene una comprensión del mundo, una construcción distinta de la misma realidad, un armar distinto del rompecabezas. Ello nos permite tener una identidad y vale la pena seguir construyendo nuestra propia ficción. Es que, por ella nos recordarán.
Me atrevo a decir que nuestro mundo, el único que alcanzamos a conocer, es el que tiene valor. Cuando hablo de mundo, quiero significar mediante otras palabras que se trata de cosas tales como: nuestro universo o burbuja, nuestra biósfera, su paradigma rector, visión, sentido, razón de ser o una combinación de todas ellas.
En este mundo que construimos, que elaboramos , tienen mucho que ver el tiempo y el espacio donde lo hacemos, las circunstancias que nos toca vivir, al que se suman otros mundos o modelos dentro de los cuales hemos aprendido o desaprendido. Mundos que, a veces, otros humanos nos han impuesto o nos han querido imponer o vender. Muchos de ellos que hemos comprado y aceptado como partes, a veces sustanciales, y los hacemos propios.
Reconozco que muchos seres humanos, valiosos, valientes y libres, han construido sus propios mundos y nos lo han legado abriéndonos el panorama. Ejemplo de tales son: los artistas, escritores, filósofos, matemáticos, exploradores, científicos y tantos otros. Nombro unos pocos, destacados e interesantes de investigar tales como Van Gogh y Picasso en pintura, Borges o García Márquez en letras, Aristóteles o Nietzsche como filósofos, Galileo, Darwin, como científicos, Colón y Freud como exploradores y tantos otros creadores de mundos.
Somos constructores de mundos, armadores de rompecabezas, armadores de piezas de un mecano mientras recorremos nuestra vida.
Dicho esto, sería clarificador preguntarnos ¿Cuáles son las piezas del mecano y cómo elegirlas para construir nuestro mundo?
Y las respuestas que encuentro serían:
– Las piezas son siempre necesarias, algunas de ellas inevitables.
– A cada uno de nosotros se nos presentan piezas distintas o iguales con distinta forma.
– Podemos tomar algunas de ellas en forma definitiva, otras en forma provisoria y luego abandonarlas, algunas ignorarlas o descartarlas y con otras, directamente no tenemos posibilidad de elegir, estamos obligados a tomarlas. Estas últimas, de las que no participamos en la decisión, son un dilema y deberemos aprender a administrarlas de la mejor manera posible buscando la menor pérdida.
– El cómo se distribuyen y quedan a nuestro alcance es un misterio, una ventaja o debilidad, una sorpresa preparada por el destino o la suerte.
– En la elección de las piezas debemos ser cuidadosos. No solo las debemos elegir por lo bueno, debemos advertir que son como una moneda. Tienen dos caras. Las piezas de este mecano tienen una cara y una seca, y la seca solemos ignorarla, ello está en nuestra naturaleza. No debemos también olvidar que tenemos dos manos, que agarrar es llenarlas y consecuentemente tenemos que dejar en el camino otras piezas.
– Que hay piezas que son un sueño, que debemos luchar por ellas porque no están al alcance de la mano.
– Que otras piezas vienen con sorpresa o son cantos de sirena.
– Que hay piezas que nos dan seguridad, nos afirman, son proveedoras de esperanza y de inmortalidad y nos quitan la incertidumbre. Pero hay otras, mas sabrosas, que contienen sal y pimienta, que se apoyan en confiar en la vida o el encuentro con el prójimo, son tentaciones que nuestros sentidos aprecian, a contrapelo respecto a la manera de vivir con salud y seguridad.
– Que muchas veces las piezas obtenidas hay que recrearlas, hacerlas propias, mantenerlas, y cuidarlas, y ayudar a que florezcan.
– Que adoptar el mundo de otros en su totalidad no es conveniente porque nunca será el propio y seguramente los abandonará.
Y así vamos construyendo nuestro mundo, el único que tenemos, el nuestro, el que debemos arrastrar o empujar, el que puede se abono o maleza en tierra de otros. Un mundo que, con humildad, si sabemos aceptarlo, nos permita vivir en paz, mirar atrás observando lo construido con satisfacción, resistiéndonos a ser genial (Alejandro Dolina). Un mundo de creencias que construyen identidad.