No soy Borges

No soy Borges

Sentires ante una ópera prima

Cuando uno lee un libro, lo hace con reverencia. Pareciera que el autor está parado en un pedestal, en un altar, o en un sacro estadio. Es más, se puede afirmar que la condición permanece aunque no nos gusten sus lecturas.

Pero…, pero…, pero cuando uno es el escritor cae ese edificio cultural, esa construcción mental que hacemos y sobrevienen las dudas.

Cuando uno es autor de un libro, suceden diferentes vivencias: 

—Dudas sobre el valor de lo escrito;

—Te preguntas sí tus límites gramaticales permitirán expresar el contenido en forma adecuada, sin ruido;

—Dudas sobre quienes y cuantos serán los lectores. Sabiendo, a priori, que hoy la mayoría de la gente no lee. Son momentos de Netflix;

—Aparece el inevitable miedo al que dirán;

—Sucede una especie de pánico escénico;

—Sobreviene una indecisión de hacer público el trabajo por miedo a que se traduzca en palabras nuestra cara escondida;

—Como pueden ver; ellos son temores humanos y siempre están presentes.

Por otro lado, listamos las siguientes vivencias positivas :

—Tienes la dicha interior, ese interior cubierto por costras y máscaras puestas por la vida, que grita y puede expresar sus reclamos;

—Tienes el alivio de cerrar un círculo y haber concluido una meta;

—Por último, ante la realidad material de tener el libro en la mano en papel, puede pasar no reconocer como propio lo escrito. ¡Sorprenderte! y sentir satisfacción o penar por ello.

Es difícil encontrar respuestas a estos dilemas y una senda para hallarlas es atreverse a publicar. 

Por otro lado, debemos siempre rescatar el valor de los auténticos maestros de la literatura sobre cuyos hombros nos paramos. Sábato, Borges, Cortázar, Piglia, A. Manguel son ejemplos cercanos. Son faros, las guías a seguir. Detrás de ellos y en su lectura, podemos hallar lo mejor del espíritu humano. Luego vale manifestar, defender y seguir el valor de la buena literatura y del escribir. Son bienes necesarios para sobre llevar las dificultades de la vida.

Es decir: por un lado es bueno ser uno más del montón y por otro mantener la actitud de conservar lo sagrado de las grandes obras escritas, leer y conservar una moderada exaltación de la figura del escritor como deidad y no romper las ideas míticas que poseemos.  

Sin embargo, ¡Que Dios tenga misericordia de aquel que se haya atrevido a publicar un libro y  que  por su ópera prima se suba a un inmerecido pedestal…! Debemos saber que es saludable tener temor a los honores de los cuales somos habituales cultores.

Aunque cueste convencernos, uno sabe bien qué para emitir un juicio valedero de una obra propia es indispensable el paso del tiempo.  Distanciar la postura de escritor y de lector puede ser una prueba provisoria e interesante para evaluar lo escrito, pero no suficiente. Solamente el tiempo y  finalmente los lectores  podrán emitir el veredicto definitivo. 

Por ahora, cabe pensar en tener una persistente vocación de seguir leyendo, aprendiendo y agradecer el maravilloso regalo de escribir, y finalmente poder dar el  paso atrevido de publicar para los que aceptamos  el desafío.

Como importante; no debemos olvidar agradecer a los que nos ayudaron, a los amigos que escucharon y leyeron con paciencia nuestros escritos, nos valoraron y alentaron, también corrigieron, editaron y generosamente nos dieron sus sabios consejos. Sin ellos no hubiéramos llegado a la meta. 

Por último y terminando, no puedo eludir mencionar las viejas palabras de Blas Pascal  del siglo XVII:

El corazón tiene razones que la razón desconoce” .

Escribir nos ayuda a descubrir el sentido de ellas y  vale la pena. Luego el  corazón y la mente estarán mejor equilibrados y juntos podrán escribir con más solvencia.

José M. Ciampagna

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