Habían quedado en reunirse en la Biblioteca Córdoba. Eran tres viejos compañeros de clase de Historia. Dieron las seis de la tarde en el campanario de la Iglesia Catedral cuando era hora de la reunión.
A los dos minutos llegó Juan a la cita. Alberto diez minutos después. Santiago nunca llegó.
Pasaron tres años desde aquel momento. Juan y Alberto se citaron en la Biblioteca de nuevo. Dieron seis campanadas en la Catedral. Se repetía la situación anterior; esta vez, Alberto nunca llegó. Juan se había quedado solo.
Un año después, Juan estaba caminando por el centro de la ciudad, hacía frío, fue cuando decidió tomar un café reparador en el bar de calle 25 de Mayo llegando a Rivadavia. Súbitamente recordó que otro compañero de la clase de antaño paraba siempre en ese bar. Apenas entró, confirmó su recuerdo. Luis lo llamó a su mesa. Hacía mucho tiempo que no se veían.
Luego de saludos sin trascendencia, banales y de forma, Luis le preguntó en forma irónica:
-¿Qué sabes de Santiago y Alberto?, tus dos amigos.
Juan intuyó que su interlocutor sabía lo que había sucedido y respondió de mala gana:
– Lo tendrías que saber; los dos murieron cruzando la calle 27 de abril, frente a la Biblioteca Córdoba. Y agregó:
– Las noticias de los dos trágicos accidentes estuvieron en primera plana de todos los diarios.
Luis atendió con interés, se tomó un respiro, dio el último sorbo a su café, y le repreguntó si él seguía con el negocio luego de la muerte de sus dos socios. Cuando Juan confirmó que sí, Luis le preguntó:
– ¿No quieres un socio? Siempre es mejor tener un amigo en los negocios.
-No. Respondió Juan en forma definitiva y explicó que ahora era socio de las esposas e hijos de los difuntos y con eso tenía bastante.
Luis entonces dijo:
– Eres un ingrato, rico e ingrato, igual que tus dos amigos y agregó:
-¿No tienes miedo de cruzar 27 de abril y que te atropelle un auto, cuando repliquen seis veces las campanas de la catedral?
A Juan le cruzó un sudor frío por todo su cuerpo. Supo que la causa de la muerte de sus dos amigos era venganza. No dudó. Estaba frente al asesino. Él nunca le había contado sobre la hora de los asesinatos y recordó aquellos años en que juntos habían soñado la idea de formar la empresa y a Luis lo habían dejado afuera por su inclinación sexual diferente. También, recordó los hechos de aquella tarde de juventud caliente, de violación y locura. Aquel momento de terrible descontrol de todos ellos con Luis. Fue en el instante cuando advirtieron por primera vez el replicar las campanas de la iglesia catedral dando la seis.
– Te hago una pregunta más. Agregó Luis en forma sarcástica y amenazante:
– Juan, querido: ¿Sigues yendo a la Biblioteca a la seis de la tarde?
Juan no contestó y salió del bar presurosamente. Estaba espantado y atemorizado.
En el Diario de la Capital se pudo leer semanas después:
“Tardes trágicas: Muerte frente a la Biblioteca Córdoba. Tercer luctuoso e inexplicable accidente ha sucedido en pocos años.”