Sus pasos estridentes galopan al ritmo de los tanques, el polvo que despiden sus pies se mezcla con el aire ocre y la pólvora del cielo. Siguen el grito desesperado de sus madres, de todas ellas. Ya nadie posee a nadie y todos son los hijos de quien les abra los brazos.
Las paredes son algodón sin cosechar, lastiman al tocarlas. No hay lugar seguro, los techos caen con tan sólo parpadear. No hay aves ni árboles. Las hierbas se escondieron metros bajo el suelo sepia y las flores son capullos reprimidos.
El silencio rompe el ruido de las balas ahora. Los muertos chocan con la muerte. Los charcos desprendidos de cada llanto pierden su lugar en el mundo. Burbujas que encierran incertidumbre vuelan hacia infierno, porque ya no queda nada.
No entienden por qué interrumpen sus juegos con gritos y órdenes en palabras raras cuando aún el día no alcanzó la luna. Sus rodillas extrañan las cicatrices que no podrán tener, todos dormirán mucho antes de la noche, en el desamparo de la orfandad. Lloran sin lágrimas, obligando al pensamiento a trabajar más de la cuenta. Los obligan a ser adultos culpables cuando todavía no han cambiado la voz.
Se inmiscuyen entre sus dedos los sabores ácidos del destierro. Se escucha cómo les quitan el tiempo y los obligan a encarcelar todo sueño. Desfilan con sus rostros extintos de sonrisas en un baile descoordinado hacia túneles incoloros y sin salida. Las sombras ya no tienen dueños, los dioses olvidaron que entre toda esta mugre se pisotean los dedos estos niños del alba.
Ya es tarde y los días se han esfumado del calendario, no existe ni el principio ni el fin. Les ataron la esperanza con alambre de púas y amordazaron sus muñecas. Las lápidas de arena son mayoría y quienes afortunados las miran con las mejillas envueltas en hambre se muerden el desconcierto entre dientes. Son extraños, extranjeros de esta y todas las tierras. Son huérfanos, aquí y todos los hogares que puedan habitar.
El lugar queda mudo nuevamente y la guerra parece cansada de sí misma. Enormes pechos agitados han perdido el rumbo junto con sus víctimas y buscan en las miradas de esos pequeños ojos la respuesta.
El lugar continúa mudo, inmóvil y estéril, pero en el horizonte parece que el sol se animará a salir.
Mauricio Rollán

Nota:
Este escrito fue leído por Mauricio Rollán —su autor— en el taller literario: «Tertulias para escribir» que dirige Germán Maretto. Los presentes nos quedamos mudos. Nadie pudo quedar ajeno al texto, a semejante testimonio del momento que nos toca vivir. Me permití solicitarle a Mauricio su escrito para ponerlo en el blog y que nuestros lectores disfrutaran de su fuerza expresiva para retratar a «… Los invisibles»
Muchas gracias por compartirlo estimado: «Mauri»