Te conocí por casualidad. Un regalo de la vida. Teo era compañero de primaria de tu hijo Guillermo en el Taborín.
Luego, recuerdo que te consulte y me solucionaste un tema legal. Me habían rechazado como informático en un registro de idóneos de la entidad gremial. Gracias a tu genial carta, que mil veces leí, aceptaron tomarme el examen y lo logré. Y de honorarios, ¡ni hablar!, te negaste a cobrarme, eras un amigo de verdad. Han pasado 25 años de aquel momento, te comento que pronto seré, gracias a tu gestión, socio vitalicio del Colegio.
Y luego, …, algún cumpleaños, algún cruce en el barrio común de tribunales. Siempre amable, con una sonrisa en los labios, de traje, camisa impecable y corbata, y esa brillantez de hombre de bien. Esa cabeza, últimamente blanca de hombre sabio. Esa charla amena a la que dabas todo tu tiempo.
La última vez que nos cruzamos fuimos a tomar un café en un bar, allí frente a la Municipalidad. Hablamos de libros, de que estábamos leyendo, de la familia y de como transcurrir la tercera edad. Hablamos de filosofía, me contabas que era tu debilidad. También de hacer deporte, de caminatas, y tu juego de golf. Por supuesto que vos seguías trabajando, amabas el derecho, no estabas dispuesto a dejar. No era difícil verte y reconocerte como Doctor. Aquellos de verdad, esos pocos que no necesitan mostrar ni título ni tarjeta. Hablamos de religión y de las postrimerías que sin falta llegan a su cita. Y si lo hiciéramos ahora, seguramente sería al lado de Jesús. Es que tu fe inquebrantable te hace muy cerca del Señor.
Un abrazo querido Guillermo, quizás mi confianza en la justicia estaba basada en Vos, estimado y respetado Doctor, y que, ante un conflicto, tenía la seguridad que la ibas a lograr. Ahora, el halo impecable que dejaste, nos seguirá guiando en su búsqueda a mí y a muchos más.
El blog del profe José 