En este post quiero compartir un trabajo de mi amigo Mario Raúl Cuomo.
A Mario lo conocí hace muchos años cuando ambos trabajábamos para la Municipalidad de Córdoba en diferentes ámbitos y especialidades. Él integraba un equipo de destacados profesionales que trabajaban en el plan estratégico de la ciudad y yo, con otros colaboradores, dábamos los primeros pasos en la aplicación de los Sistemas de Información Geográfica (SIG). Luego profundizamos nuestra amistad en ocasión de hacer un curso intensivo de facilitación de varias semanas de internación en localidades de las sierras de Córdoba. En esos momentos ya demostraba su pasión por la actuación. En los ejercicios que llevábamos a cabo en CEFE se destacaba por sus personificaciones. Hoy es actor de teatro.
Que decir de Mario, más allá de su prestigio profesional, pocas palabras lo definen: «Es una buena persona», un gran tipo, de aquellos que ponen la inteligencia en función de lo que le dicta el corazón.
A continuación transcribo el artículo que nos aclara sobre conceptos y diferencias fundamentales para mejorar la comunicación.
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Los juicios
Rafael Echeverría en su Ontología del Lenguaje, distingue entre los actos lingüísticos básicos a los juicios, e indica que normalmente se cae en el error de tratar hechos, valores y opiniones como si fueran equivalentes.
Para ilustrar la cuestión cita el siguiente ejemplo:
“…Frecuentemente tratamos las aseveraciones «Isabel es una ciudadana venezolana» e «Isabel es una ejecutiva muy Eficiente» como equivalentes. Seguimos suponiendo que ambas proposiciones hablan de las propiedades o cualidades de Isabel y que, por lo tanto, la describen”.
Echeverría aclara que en el primer caso la proposición remite a lo que llamamos “hechos”, y la segunda implica un “juicio de valor”, y como tal y dado que se trata de una opinión, no es posible esperar el mismo grado de concordancia. Más adelante agrega:
“…Muchas de nuestras concepciones acerca del bien y el mal, acerca de la justicia, sabiduría, belleza y verdad, etcétera, están basadas precisamente en el supuesto de que podemos tratarlas en forma objetiva, con independencia del observador que hace la aseveración”.
Tomando como referencia la definición de Echeverría de “afirmaciones” como actos lingüísticos en los que describimos la manera como observamos las cosas, en el primer caso cuando decimos: “Carlos se atrasó veinte minutos en la reunión del martes” estamos describiendo un hecho concreto, que por lo tanto constituye una afirmación, y como tal cuando hacemos una afirmación, se espera que podamos proporcionar evidencia de que lo que decimos es verdadero.
Las aseveraciones que están en segundo lugar en cambio, tal como “Carlos no es de fiar”, pertenecen a un tipo de acción muy diferente. Se trata de un tipo de enunciados que no implica que otros coincidan con esa afirmación. Se acepta que alguien puede discrepar de lo que estamos opinando.
A estas segundas aseveraciones, dice Echeverría, las llamamos juicios, los juicios, a decir de Echeverría, generan nuevas realidades.
Todo esto viene a cuento para ilustrar uno de los problemas que nos afectan socialmente que se traduce en graves falencias de comunicación, y también en algo que convierte a una mayoría distraída en individuos repetidores seriales de juicios ajenos.
En el primer caso nos referimos a la situación en la cual dos personas o más pueden tener distinto juicios acerca de determinadas circunstancias, pero cada uno cree ser dueño de la verdad.
Cuando hablamos de una situación concreta, pero vemos realidades diferentes, surge un problema de entendimiento, ya que ambos hablamos del mismo hecho, pero tenemos interpretaciones distintas. Todas las interpretaciones pueden ser verdaderas y posibles, pero el problema se da cuando la posición que sostengo frente a lo que interpreto es absoluta y no admito otros enfoques.
Este razonamiento permite explicar muy bien porque nuestra sociedad transita por una “grieta” que separa grupos de personas ampliamente convencidas, de tener la única verdad. Las distintas posibles interpretaciones permiten que cada uno pueda acomodar el argumento a sus propios y a veces no tan bien intencionados fines.
“..En la medida en que considero mis juicios como verdaderos, dice Echeverría, y los ajenos como falsos, relego los demás a la esfera del mal o incluso de lo diabólico. Hemos creado el terreno para el fundamentalismo y la intolerancia…”
Muchos estarán de acuerdo con estas ideas hasta que hablemos de política, allí dirán que su posición es evidente, y mencionaran los hechos que corroboran esa postura, pero dejaran de lado, a veces inconscientemente, los hechos que corroboran la postura opuesta.
No hace falta dar un salto muy pronunciando para entender que esto se traduce en el nosotros y en ellos tan usado en la política actual.
El problema no es la intencionalidad oculta de quienes conscientemente “organizan” datos para “interpretar” la realidad que les conviene. El problema es la gran masa de seres que sin ser conscientes de esas dobles intenciones los repiten creyéndolos propios y cooperando de esa manera a su difusión y generalización.
Echeverría les otorga una importancia central a los juicios en su filosofía, e indica que la emisión de un juicio no indica que ese juicio sea nuestro, que lo importante es establecer si al emitirlo no estamos repitiendo juicios de otros sin examinarlos críticamente.
En esa dirección a continuación indica que:
“…Nuestros juicios espontáneos poseen la condición de la inautenticidad. Ellos se emiten dentro de los múltiples automatismos de los que somos portadores como seres sociales…” “…Es sorprendente, prosigue, la autoridad que conferimos a nuestros juicios espontáneos para resolver cuestiones fundamentales en nuestras vidas. Y aunque podamos vivirlos como juicios nuestros, no somos realmente nosotros los que los poseemos. Más bien, tales juicios nos poseen a nosotros. En la medida en que ellos rijan nuestro comportamiento, estamos todavía cautivos de la condición de la inautenticidad. No somos todavía seres humanos efectivamente libres, ni amos de nuestras vidas…”
Actuamos como autómatas defendiendo ideas que en su gran mayoría no son nuestras, transformándonos en defensores de privilegios que otros disfrutan, o jueces de las acciones ajenas, mientras nosotros justificamos o mal interpretamos nuestras propias acciones. Culpamos de nuestros males a situaciones externas que interpretamos desde paradigmas creados por terceros, muchas de las veces en el marco de cuidadosos planes conspirativos.
Interpretar el mundo solo desde nuestros juicios es acomodarlo a nuestras creencias, por comodidad o conveniencia. Puede ser solo un hecho que marca una falta de autenticidad, pero como alguien dijo, normalmente no vemos las cosas como son, sino como somos.
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Mario Raúl Cuomo
Licenciado en economía, actor, funcionario público, docente, periodista, padre y cordobés.
Docente en el área de Extensión de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) co-participando en los cursos de: Creación de Micro y Pequeñas Empresas, Gestión de Empresas para Emprendedores y Planificación Estratégica y Gestión de Resultados Institucionales.
Ex Sub-Director de Jurisdicción de Control Operativo y Capacitación del Ministerio de Comunicación Pública y Desarrollo Estratégico del Gobierno de la Provincia de Córdoba en el área del sistema de Gestión por Objetivos.
Se desempeñó como Director del Área de Microempresas de la Agencia Para El Desarrollo Económico de Córdoba (ADEC) y como Coordinador del “Proyecto de Promoción de la Asociatividad de Microempresas” de la ADEC con financiamiento de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) y el Centro de Comunicación, Investigación y Documentación Europa-América Latina (CIDEAL).
También desarrollo actividades periodísticas como columnista de Radio Maria Argentina, Cadena 3, Radio Nacional y Canal C en temas relacionados con la economía social.