En estos primeros días de enero del 2023, en la radio y la televisión, el tiempo de las noticias está volcado mayoritariamente al juicio sobre lo acaecido en Villa Gesell hace tres años donde un joven, Fernando Báez Sosa de 18 años, fue muerto a golpes y patadas por un grupo de jóvenes en una situación de violencia inédita, donde el desprecio por la vida fue el eje de lo acontecido. Además, los mismos noticieros mencionan otros casos similares o peores que suceden en nuestro país, como por ejemplo el ocurrido en Córdoba en estos días; en vecindades del Festival de la Doma y el Folclore de Jesús María donde otro joven fue ultimado con una botella rota por otro joven. Ambos menores de edad.
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Trágicas situaciones que nos interpelan como sociedad. Las preguntas que quedan en el aire son: “¿Qué pasa con nuestros jóvenes?, ¿Cómo hemos y estamos educando a nuestros hijos?, ¿Con qué valores les estamos formando para que sucedan estos hechos?, en resumen: ¿Qué sociedad hemos construido y en qué nos hemos equivocado?”.
Esta es la causa principal que motivan las siguientes reflexiones:
Como un primer paso me pregunto ¿Estamos en un procesos de crisis, decadencia o agonía?
Recurro al diccionario de la RAE y elijo las siguientes acepciones del significado de cada una de estas palabras:
Crisis:
—Cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados.
—Situación mala o difícil
Decadencia:
—Dicho de una persona o de una cosa: Ir a menos, perder alguna parte de las condiciones o propiedades que constituían su fuerza, bondad, importancia o valor.
— Dicho de una embarcación: Separarse del rumbo que pretende seguir, arrastrada por la marejada, el viento o la corriente.
Agonía:
—Angustia y congoja del moribundo; estado que precede a la muerte.
—Pena o aflicción extremada.
—Angustia o congoja provocadas por conflictos espirituales.
Si bien todas aplican, lo que nos habla de la gravedad del problema, me quedo con una de ellas tratando de mirar a futuro: «Hemos perdido el rumbo, como una embarcación, arrastrados por la marejada, el viento o la corriente.»
Estimados compañeros de viaje, la causa que mejor dicta mi conciencia de lo sucedido es un profundo deterioro educativo productor de importantes grados de ignorancia y propulsor de conductas brutales correspondientes con lo peor de la condición humana.
Nos hemos desviado de los valores permanentes de nuestra cultura:
—El amor y la familia.
—El trabajo y el estudio como medios de superación.
—La solidaridad con el otro, especialmente con el que menos tiene.
—La virtud de tener proyectos comunes.
—Las notas que nos señala el arte para desvelar los cambios de tiempo.
Cabe mencionar también; la falta de una clara discusión y solución ante el cambio de época que estamos atravezando. Estamos en un momento de transición, pero es necesario fijar un destino común a futuro y cómo hacer para llegar a él. Es importante tener esperanzas comunes ante tanto egoísmo e individualismo, ignorancia, hipocresía, pobreza, las consecuencias de la droga, la desesperación por lograr una escala de valores invertidas encabezadas por el consumo, y el dinero.
Por último y a manera de conclusión, apostemos por más y más educación, principalmente en el ámbito familiar. Debemos ocuparnos de nuestros hijos, no los dejemos a la deriva y preguntarnos luego: ¿Por qué sucedió?
Imperdible, diestra y ágil pluma!!
Ingeniero Ciampagna, adhiero con su argumento, consolidar la familia pilar de base de toda sociedad, que se pretenda sostener cómo tal.
Faltó agregar, por sobre la educación y el ejercicio de sanas y buenas costumbres, debe existir una interfase llamado amor, por uno mismo de forma tal de poder amar al prójimo, cómo a uno mismo.
Finalmente todos los orígenes de las crisis o en su mayoría, tienen un común denominador el progresivo y rápido deterioro de la ética de vida, sintetizada en una sola palabra «moral».
Un gusto comentar v/ escritos!!
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Estimado «Profe», se ve que hemos tenido niñeces diferentes. En mi barrio había dos bandas de niños y no tan niños, organizadas para ejercer violencia en la calle cuando agarraban a uno del bando contrario desprevenido. Cuando digo violencia me refiero a algo similar a lo visto en las noticias ya que siempre terminaba a las patadas o te rajabas a tiempo. También me tocó defenderme de los chicos (indios para nosotros) de una villa miseria que había en un lugar llamado los Hornos Combes (dónde actualmente está el hotel Cesar Karman del Automóvil Club A.) cuando íbamos a jugar a los «acantilados» o barrancas (ya no hay salvo en el ex-zoológico) y nos muníamos de cantos rodados para las hondas (gomeras) en el Club Hípico. Unos auténticos inconscientes. Mis viejos nunca se enteraron porque nos íbamos caminando desde Bo Rogelio Martínez a nuestra cabaña excavada en la greda. Otro lugar violento era el barrio de unos primos que vivían en Villa Adelina por Bs As. y también había peleas callejeras. Por cierto nunca fueron de mi agrado y por el contrario una verdadera agonía, pero estaban allí. Adhiero a tu idea de que el punto es la ignorancia pero no recuerdo no haber vivido siempre en «este momento de crisis» se llame como se llame. Tal vez no viviste igual la Revolución Libertadora del 55 pero para mí fue el inicio sin fin de lo que seguimos viviendo. A mi viejo que era comodoro lo detuvieron ( no lo mataron) y lo alojaron en un barco fondeado en el Río de la Plata y se decía que el propósito era hundirlo con todos los conspiradores a bordo. Nunca más deje de ver qué vivimos en un país violento y no me refiero a un lado u otro de la historia. Según mi bisabuela*, a quien conocí, decía que hasta que no llegó Roca a la presidencia siempre había malones de los Ranqueles en Río Cuarto. Cuesta encontrar un momento de la historia de nuestro país y sus antecesores (incluyendo las guerras entre aborígenes) que no sea violento.
Disculpa la perorata, no lo pude evitar.
Un abrazo.
* Mi bisabuela fué Teodosia Figueroa Alcorta, hermana de José Figueroa Alcorta.
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Estimado Carlos, antes que todo gracias por tu comentario. El tiempo pasa y uno es indulgente con sus recuerdos, a buen entendedor pocas palabras, sin embargo no recuerdo tanta saña. Por otro lado comparto las historias tristes de violencia en Argentina de orden político; es una obligación recordarlas para no olvidar el dolor que causaron.
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Estimado Carlos.
Parece ser que hemos tenido una infancia parecida. Yo vivía en la calle Corrientes pegado a las casas de los obreros del molino Leticia. Mi abuelo y mi padre eran obreros de la Quilmes. Y la violencia era moneda corriente, a punto tal que tuvieron que poner un destacamento policial en la calle Agustín Garzón. Yo iba a la escuela Rivadavia, sobre esa misma cuadra, donde concurrían chicos de la villa la maternidad, de la villa del río y de barrio ferroviario. Las peleas callejeras eran comunes en la escuela – Te espero a la salida en el pasaje (se decía). Pero también en los partidos de futbol de potrero – El que hace el último gol gana (se decía), y allí había que correr, porque siempre terminaba a las pedradas. Los peores enemigos eran del barrio Sarmiento que en todas las fogatas de San Pedro y San Juan, yo terminaba con la cabeza rota de un bulón arrojado desde una gomera (hecha con horqueta de paraíso). Y tal cual tu comentas, la patota más terrible eran los de los hornos Combe – “donde los niños se dan y los perros se venden” (cantaba otro Carlos). Y la violencia extrema y ya de no hablemos de niños era en el parque Sarmiento, las inocentes parejas que iban a la cueva del oso, terminaban apaleadas y también recordarás, las Gillettes colocadas en los toboganes de madera. Y ya adolescentes en el secundario, la grieta a full cuando el golpe de Onganía, enfrentamientos con cadenas y mancuernas, pero antes los sangrientos enfrentamientos entre libres y laicos.
Pero vos también haces referencia a la historia violenta de nuestro bendito país, dejando de lado los trágicos sucesos de la dictadura y de la mencionada revolución libertadora… pero … ¿y las cabezas cortadas en las luchas entre unitarios y federales?
P/D: felicitaciones por tu bisabuela.
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