El vuelo 2115

Era un 7 de junio del 2012. En el aeropuerto Jorge Newbery de la ciudad de Buenos Aires, el reloj del hall de embarque marcaba las 20:15. Pepe Olleros había llegado apurado a tomar el vuelo AR 2115 de las 20:30 rumbo a Córdoba. Era tarde y  si no fuera porque estaba demorado a causa de una huelga de controladores lo habría perdido. Las pantallas anunciaban el 2115 con dos horas de atraso.

Pepe estaba gordo, los botones de la camisa parecían sufrir. La inactividad de la jubilación lo inquietaba y mataba su ansiedad comiendo. Verificó una y otra vez el retraso del vuelo, preguntó a una y otra persona para cerciorarse. Dudaba, pero al fin se convenció y se sentó a esperar frente a la zona de embarque.

Notó la humedad de la transpiración fruto de la corrida y los pies hinchados. Soltó su corbata. En la boca sentía el gusto a ajo y una abundante saliva amarga. Al mediodía había almorzado gambas al ajillo con un amigo del alma de Buenos Aires. Apenas entornó los ojos; escuchó sonar las cucharas del bar contra la loza de los pocillos y, de fondo, el ruido del televisor. Percibió el olor a café y los latidos de su corazón. En minutos, el ambiente cargado del lugar lo hizo dormitar.

En la tele estaba sonando el Himno Nacional cuando despertó alterado. Un niño estaba llorando. Faltaba el aire, quizás no funcionaba bien la ventilación. Estaba impaciente por volver a la casa y no pudo profundizar el sueño. A los quince minutos, por los altoparlantes anunciaron que los pasajeros de vuelo 2115 debían acercarse a las ventanillas de la compañía para reprogramar su viaje. Su vuelo estaba cancelado definitivamente.

Había mucha gente en la cola; solamente dos puestos de trabajo atendían a los pasajeros y estaban sobrecargados. Excepto la gente local, el resto peleaba por el alojamiento con las empleadas de la aerolínea. Otros estaban en tránsito y les era fácil obtener los vouchers sin discusión. Había enojo y cansancio. Pepe salió de su encierro, se prendió a la bronca y puteó contra la aerolínea, pero permaneció en la cola hasta encontrar la solución.

Detrás de él había una pareja, y más atrás una joven mujer. Una vez entregados los tickets, a los cuatro los apartaron y los hicieron esperar para llevarlos al hotel en una van. En total, eran nueve personas las que subieron al transporte. Fue inevitable entablar conversación con los circunstanciales compañeros de penuria. Lo que no sabían era que sus vidas quedarían ligadas para siempre.

Los cuatro quedaron en encontrarse en el hall del hotel My Flower a las 22:30 para ir a cenar. Decidieron ir a Pipo a comer pastas. Pipo es un restaurante típico de Buenos Aires, muy cerca del hotel donde los hospedaron. Puntuales, salieron rumbo al restaurante. Cuando entraron, el olor a comida los invadió; hacía frío afuera, por eso cuando el maître los ubicó se sintieron complacidos. Había bullicio y costaba entender lo que hablaban. Ana y Pedro contaron que estaban casados hacía diez años y volvían a Córdoba por primera vez después de su luna de miel. Eran dos correntinos muy simpáticos. Mariela era de Córdoba y retornaba tras un viaje a Europa. A la joven se la oía mejor, su voz era más clara y estaba feliz de volver a su casa. Mariela contó de su viaje, de su promisoria carrera que la había llevado a Europa y también de su familia, sobre todo de su madre y su pareja italiana, y relató que nunca había conocido a su padre. Pepe palideció, buscó parecidos, coincidencias,  y la sintió cercana, hasta pensó que tendría aproximadamente la edad de su hija ilegítima. Unos años atrás había tenido una aventura cuando todavía vivía su mujer, y su amante le había dicho que si no dejaba a su esposa, no volvería a ver a su hija. Y así fue. Él estaba muy enamorado, pero la familia había pesado mucho, por lo que decidieron separarse definitivamente. Sin embargo, ya viudo, pensó en retomar su antiguo amor, pero era muy pronto y quería dejar pasar más tiempo. En el viaje de ida a Buenos Aires, unos días antes de la cancelación del vuelo, dos años después de su viudez, decidió que era el momento de retomar su antigua relación. No obstante, las memorias del matrimonio de Corrientes cambiaron el rumbo de la conversación. Y así terminó la noche. Al otro día, muy temprano, tendrían que salir para tomar el vuelo reprogramado a las 8:15.

Eran las 6:30 y el matrimonio y Mariela desayunaban. Pepe no estaba. A las siete, decidieron avisar al conserje para que lo despertara. Ya no tendría tiempo de desayunar. El trío, cuando terminó,  fue al hall del hotel a esperar la van. Eran las 7:35 cuando Mariela se acercó a la recepción e insistió al conserje, actuaba  instintivamente sin saber porqué. Él le dijo que Pepe no contestaba el teléfono. Ella solicitó que fuera alguien del hotel a despertarlo personalmente. El chofer de la van estaba impaciente y decidió no esperar más. Se había acabado el tiempo para llegar al embarque del vuelo a tiempo. Los correntinos asintieron. Mariela, a regañadientes, también aceptó subir al transporte y salieron sin Pepe rumbo al aeroparque.

Esa mañana, Mariela arribó a Pajas Blancas. Su madre estaba muy contenta con su llegada. Fue un día de jolgorio y encuentro. Se contaron todo, estuvieron hasta muy tarde charlando. Mariela confesó que estaba enamorada de un italiano que estudió con ella.

A la mañana siguiente se levantaron tarde. Madre e hija estaban leyendo el diario y desayunando en la cocina. Fue entonces cuando la madre bajó el diario y miró llorando a su hija. La joven, asustada, le preguntó:

―¿Qué te pasa? ¿Es la noticia de Livio la que te pone triste?

―No, no es eso, me alegra que tengas novio. Es otra cosa… acabo de leer que ha muerto tu padre ―respondió su madre.

El diario decía que José Olleros, importante empresario de Córdoba , abogado de 72 años, viudo, había sido encontrado muerto en el hotel My Flower en horas de la mañana. Se presumía que la causa de su muerte había sido un repentino paro cardíaco.

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