La ciudad de los bomberos

Había un pueblo del norte de la Provincia de Córdoba, de unos cinco mil habitantes. Pueblos tranquilos los de la zona, de calor fuerte en verano e inviernos tibios, de gente gringa, trabajadora. De alrededores prósperos, de agricultores y ganaderos.

Una sola posta policial, un dispensario médico, dos escuelas primarias, una en el campo, una escuela secundaria, un supermercado, iglesia, y así podemos seguir con los mismos números en un posible inventario.

También un cuerpo de bomberos, por supuesto: Voluntarios. La autobomba la habían conseguido por donación de alguna central de bomberos americanaluego de largos trámites de importación. Fabricado en Delaware, USA, así decían los brillos de los bronces gastados por el paño. De buen material, cuidada y muy bien mantenida, el vehículo estaba en pleno funcionamiento, aunque cargado de años.

“Pedir una rebaja en la tasa de contribución de alumbrado y limpieza. Era una cuestión de Justicia” No era mala la idea, no sé a quién se le ocurrió. Los bomberos no tenían retribución alguna, ellos compraban la ropa y hasta las botas. Los cascos se heredaban y no te vaya a quedar chico o grande, porque no había solución fuera de la buena voluntad puesta en canje.

Un día de junio del 1989, el jefe de bomberos; Pedro Brocanelli y el Jefe de turno Alvaro Brusco se vistieron de lujo y fueron a ver al Intendente. Se anunciaron a la secretaria que solicito un momento de espera y pronta llamo al alcalde por teléfono. A la media hora, todos estaban conversando. Sirvieron café ese día.

El intendente era una buena persona, había superado una reelección e iba por la segunda. No se sabía sí era porque le quedaba cómodo o porqué no había candidatos. No eran menores los compromisos del cargo; el uso de la infeliz corbata, viajes a la Capital de la Provincia, largas horas de campaña en las elecciones, aguantes, bajadas de cabeza, vermú con maní y aceitunas, café y comilonas, eran parte de las responsabilidades.

Sin mucho consultar, excepto al secretario de gobierno, se comprometió sacar la ordenanza en el Consejo Deliberante. Y así fue, cada uno de los consejales, cómplices de las andanzas del Intendente, levantaron la mano en forma positiva y la ordenanza se aprobó.

Juan Alberto Mansilla, era el jefe del pequeño centro de cómputos. Se enojo mucho aquella mañana que conoció la noticia. Tendría que cambiar el programa del cálculo de la tasa inmobiliaria. Hacía muchos años que no tocaba el código del programa. Además de jefe del centro de cómputos era programador, analista, administrador de la base de datos, ayuda al usuario, comprador, etc. Sólo le ayudaba en su trabajo el “Gordo Peláez”. Después del concebido encanto inicial, al gordo le gustaba más charlar y tomar mate que preocuparse por los problemas de los bits y los bytes. Gracias a Dios, a fin de mes, en momentos críticos de rendiciones, a Juan lo ayudaba la secretaria del Intendente en la carga de datos.

El multifacético Juan, luego de unos meses cumplió la orden, modificó el ABM, programó la excepción, probó el cambio, y empezó la rebaja del treinta por ciento a los diez y siete bomberos que empadronó. Los nuevos cedulones de los bomberos del pueblo tenía el ítem de rebaja bajo el concepto “Ordenanza 324/08 Bomb.”

Transcurría 1997. No ajenos al paso del tiempo, en este pueblo del norte, quizás con un paso más lento los años se fueron. Año de elecciones Municipales, el antiguo intendente prometía que “sí o sí” este era su último mandato. Ahora, Alvaro Brusco era el Jefe de Bomberos y Pedro Brocanelli el Jefe de Turno.

Sin embargo, no todo seguía igual. Algunas cosas habían cambiado, el concepto “Ordenanza 324/08 Bomb.” figuraba en los cedulones de 734 de 1700 contribuyentes.

Así fue que:

  • Muchas otras instituciones de bien público pidieron sus correspondientes beneficios haciendo justicia. Se cuenta que el cedulón municipal llegó a tener más de dos páginas contemplando diferentes conceptos.
  • Claro está que se le dijo “adiós” al ingreso por tasa inmobiliaria.
  • El cuento no tiene nada que ver con la realidad. No busque su nombre, llámelo “La ciudad de los bomberos”.

Por último, ellos no tienen la culpa.

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